PSICOANALISIS Y DESEO.

INTRODUCCIÓN

ESTE ES UN ESPACIO PARA TODOS AQUELLOS APASIONADOS DEL PSICOANALISIS, UN ESPACIO LIBRE PARA LA DISCUSION, DEDICADO ESPECIFICAMENTE AL PSICOANALISIS FREUDIANO Y LACANIANO.

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sábado, 19 de abril de 2008

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lunes, 7 de abril de 2008

PROYECTO DE NA PSICOLOGIA PARA NEUROLOGOS



Sigmund Freud

Proyecto de una psicología
para neurólogos
(1895)


Índice
Índice.. 3
Proyecto de una psicología para neurólogos - 1895 [1950] 4
1) Advertencia de la edición alemana.. 4
Primera parte.. 6
1) Esquema general. Introducción.. 6
2) Primera tesis básica - La concepción cuantitativa.. 6
3) Segunda tesis básica - La teoría de la neurona.. 8
4) Las barreras de contacto.. 8
5) El punto de vista biológico.. 11
6) El problema de la cantidad.. 13
7) El dolor. 14
8) El problema de la cualidad.. 15
9) La consciencia.. 17
10) Funcionamiento del aparato.. 18
11) Las vías de conducción y 20
12) La vivencia de satisfacción.. 22
13) La vivencia del dolor. 23
14) Afectos y estados desiderativos. 24
15) Introducción [del concepto] del «Yo». 25
16) El proceso primario y el proceso secundario en y.. 27
17) El pensamiento cognoscitivo y el pensamiento reproductivo.. 29
18) Memoria y juicio.. 31
19) Pensamiento y realidad.. 32
20) Procesos primarios: el dormir y el sueño.. 34
21) Análisis de los sueños. 36
22) La consciencia del sueño.. 38
Segunda parte. Psicopatología 25-9-1895. 40
1) Psicopatología de la histeria.. 40
a) La compulsión histérica. 40
b) Génesis de la compulsión histérica. 42
c) La defensa patológica. 43
d) La [Proton Pseudos] histérica. 43
e) Perturbación del pensamiento por el afecto. 46
Tercera parte. Intento de representar los proceso y. normales 5-10-1895. 48
Proyecto de una psicología para neurólogos(Traducción Luis López Ballesteros)
1) Advertencia de la edición alemana

El siguiente manuscrito data del otoño de 1895. Su primera y su segunda parte fueron comenzadas ya en el tren, mientras Freud regresaba de un encuentro con Fliess (carta del 23-9-1895), y una parte de estas páginas está escrita con lápiz; fueron concluidas el 25 de septiembre (véase la fecha que encabeza la parte II). La tercera parte fue comenzada el 5 de octubre de 1895, y el día 8 del mismo mes Freud remitió a Fliess las tres partes juntas. Una cuarta parte, que debía referirse a la psicología de la represión, considerada por Freud como «la clave de todo el enigma», no fue, a todas luces, concluida nunca. En el curso de la elaboración de este problema se intensificaron en Freud las reservas contra la utilidad del enfoque intentado en el Proyecto, dudas que comenzaron a surgir poco después de terminar esta labor, iniciada con tan febril interés. Ya el 29 de noviembre de 1895 (carta núm. 36), Freud se muestra escéptico: «Ya no acierto a comprender mi propio estado de ánimo cuando me hallaba dedicado a incubar la psicología». En la carta número 39, del 1º de enero de 1896, intenta una revisión de sus hipótesis sobre las interrelaciones de los tres tipos de neuronas, aclarando en particular la posición de las «neuronas perceptivas». Más de un año después de haber escrito el Proyecto, su concepción había evolucionado a punto tal que pudo esbozar un modelo del aparato psíquico, más o menos en el mismo sentido en que se halla representado en el capítulo VII de La interpretación de los sueños (carta núm. 52, del 6 de diciembre de 1896).
A partir de esa fecha se extinguió su interés por el intento de representar el aparato psíquico en términos neurofisiológicos. Años después aludió al fracaso de sus esfuerzos en este sentido con las siguientes palabras: «La investigación científica ha demostrado irrebatiblemente que la actividad psíquica está vinculada a la función del cerebro más que a la de ningún otro órgano. La comprobación de la desigual importancia que tienen las distintas partes del cerebro y de sus relaciones particulares con determinadas partes del cuerpo y con determinadas actividades psíquicas nos lleva un paso más adelante, aunque no podríamos decir si este paso es grande. Pero todos los intentos realizados para deducir de estos hechos una localización de los procesos psíquicos, es decir, todos los intentos de concebir las ideas como almacenadas en las células nerviosas y las excitaciones como siguiendo el curso de las fibras nerviosas, han fracasado por completo»
Las más recientes investigaciones neurofisiológicas ratifican, en términos generales, esta concepción; véase, al respecto, el brillante trabajo de E. D. Adrian sobre Los orígenes mentales y físicos de la conducta. [Adrian, 1946]. Bajo el manto de la terminología neurofisiológica, empero, el Proyecto revela un cúmulo de hipótesis psicológicas concretas, de presunciones teóricas generales y de sugerencias diversas. Después de la reestructuración impuesta por la renuncia al enfoque fisiológico, muchas de estas ideas ingresaron en las obras posteriores de Freud y algunas de ellas forman parte del fondo seguro y establecido de hipótesis psicoanalíticas. Otras partes del Proyecto, en cambio -como el desarrollo de la psicología cogitativa, en la tercera parte-, no hallaron consideración similar en los escritos de Freud. a pesar de que ciertas nociones aquí expuestas bien podrían adaptarse al sistema de las hipótesis psicoanalíticas. La continuación inmediata del Proyecto en los trabajos publicados de Freud debe buscarse en La interpretación de los sueños. Sin embargo, la nueva formulación de la naturaleza del aparato psíquico, que se intenta en el capítulo VII de dicha obra, que, por lo menos en un punto, muy por detrás de las hipótesis adelantadas en el Proyecto. en efecto, la posición de la función perceptiva no pudo ser totalmente explicada en la obra ulterior.
(Véase, al respecto, Adición metapsicológica a la teoría de los sueños. 1915). Este problema sólo fue resuelto por las hipótesis de Freud sobre la estructura psíquica, desarrolladas en El «yo» y el «ello» [1923] y ulteriormente. Pero es precisamente este desarrollo el que se halla prefigurado en el Proyecto, en la hipótesis exhaustivamente fundamentada de una «organización yoica» permanentemente caracterizada, hipótesis que fructificó en la mente de Freud después de un intervalo de treinta años. En la época en que redactó su Proyecto, el interés de Freud estaba concentrado principalmente en los aspectos neurofisiológicos del problema. Al fracasar las hipótesis que había adoptado al respecto, también abandonó por un tiempo otras reflexiones pertinentes al mismo problema. Esto bien podría ser particularmente cierto en cuanto a las hipótesis sobre el yo, que en el Proyecto se vinculan a un grupo específicamente determinado de neuronas. Inmediatamente después de haber redactado el Proyecto, el interés de Freud se orientó hacia cuestiones muy distintas. Con su retorno a la labor clínica, durante el otoño de 1895, la teoría de las neurosis ocupa el primer plano en sus inquietudes, y su principal descubrimiento de ese período concierne a la distinción entre las condiciones genéticas de la neurosis obsesiva y de la histeria. (Cartas número 34 y sig.) A fin de facilitar al lector la comprensión de los pensamientos expuestos aquí en máxima condensación, hemos antepuesto a la reimpresión del manuscrito un índice temático, y cuando en el texto se interrumpe la exposición de un tema determinado, hemos indicado en notas al pie el punto en que la misma se reasume. [El traductor inglés ha insertado algunas aclaraciones más en el texto mismo y ha agregado algunas notas al pie. Estos agregados se hallan debidamente caracterizados se comprende que todas las demás notas al pie son de los recopiladores de la edición alemana. En la traducción inglesa los capítulos están numerados para facilitar la referencia a los mismos. I.]

Primera parte
1) Esquema general. Introducción

La finalidad de este proyecto es la de estructurar una psicología que sea una ciencia natural; es decir, representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales especificables, dando así a esos procesos un carácter concreto e inequívoco. El proyecto entraña dos ideas cardinales: 1. lo que distingue la actividad del reposo debe concebirse como una cantidad (Q) sometida a las leyes generales del movimiento; 2. como partículas materiales en cuestión deben admitirse las neuronas. N y Qh [neuronas y cantidad] . actualmente se emprenden muchos intentos de esta especie .
2) Primera tesis básica - La concepción cuantitativa
Esta concepción, se deriva directamente de observaciones clínicopatológicas, en particular de las relativas a las representaciones hiperintensas, tal como ocurren en la histeria y en la neurosis obsesiva, donde, como veremos más adelante, el carácter cuantitativo se destaca con mayor claridad que en condiciones normales. [Véase la segunda parte.] Procesos tales como los de estimulación, sustitución, conversión y descarga, que son observados y descritos en relación con dichos trastornos, inducen directamente a concebir la excitación neuronal como cantidades fluentes. Parecía lícito, pues, intentar una generalización de lo que en estos casos se había comprobado. Partiendo de esta concepción, se pudo establecer un principio básico de la actividad neuronal con referencia a la cantidad (Q), un principio que prometía ser muy ilustrativo, ya que parecía comprender la función [neuronal] en su totalidad. Me refiero al principio de la inercia neuronas según el que las neuronas tienden a descargarse de cantidad (Q). La estructura y el desarrollo de las neuronas, así como su función, deben ser concebidos sobre esta base.
El principio de inercia explica, en primer lugar, la división estructural de las neuronas en dos clases -motrices y sensitivas-, como un dispositivo destinado a contrarrestar la recepción de cantidad (Q) por medio de su descarga. El movimiento reflejo se comprende ahora como una forma establecida de efectuar tal descarga. El principio de inercia nos da el motivo del movimiento reflejo. Si desde este punto retrocedemos en nuestro examen, podemos vincular, en primer término, el sistema neuronal (como heredero de la irritabilidad general del protoplasma) con la superficie exterior irritable de la célula, segmentada por vastos sectores [de sustancia ] no irritable. Un sistema neuronal primarlo emplea esa cantidad (Qh), así adquirida, [únicamente] para descargarla hacia los mecanismos musculares a través de las vías correspondientes, manteniéndose así libre de estímulos. Este proceso de descarga constituye la función primaria de los sistema neuronales. Es éste el punto en que puede desarrollarse una función secundaria, pues entre los diversos métodos de descarga son preferidos y conservados aquellos que entrañan un cese de la estimulación: fuga del estímulo. En general, se mantiene aquí una proporción entre la cantidad de excitación y el esfuerzo requerido para la fuga del estímulo, de modo que el principio de inercia no sea violado por ello.
Desde un comienzo, sin embargo, el principio de inercia es trasgredido por otra condición. A medida que aumenta la complejidad interna [del organismo], el sistema neuronal recibe estímulos de los propios elementos somáticos -estímulos endógenos-, que también necesitan ser descargados. Se originan en las células del organismo y dan lugar a las grandes necesidades [fisiológicas]: hambre, respiración, sexualidad. El organismo no puede sustraérseles, como lo hace frente a los estímulos exteriores, o sea que no puede emplear la cantidad (Q) que poseen para aplicarla a la fuga del estímulo. Aquellos estímulos cesan únicamente bajo determinadas condiciones que deben ser realizadas en el mundo exterior. (Piénsese, por ejemplo, en las necesidades nutricias). Para llevar a cabo tal acción [creadora de dichas condiciones]-una acción que bien merece ser calificada de «específica»- se requiere un esfuerzo que es independiente de las cantidades endógenas (Qh) y que, por lo general, es mayor [que ellas], ya que el individuo se encuentra sometido a condiciones que cabe designar como apremio de la vida . Con ello, el sistema neuronal se ve obligado a abandonar su primitiva tendencia a la inercia; es decir, al nivel [de tensión] = 0. Debe aprender a tolerar la acumulación de cierta cantidad [Qh] suficiente para cumplir las demandas de la acción específica. En la forma en que lo hace se traduce, sin embargo, la persistencia de la misma tendencia, modificada en el sentido de mantener, por lo menos, la cantidad (Qh) en el menor nivel posible y de defenderse contra todo aumento de la misma; es decir, de mantener constante [su nivel de tensión]. Todas las funciones del sistema neuronal deben ser sometidas al concepto de la función primaria o al de la función secundaria, impuesta por el apremio de la vida.
3) Segunda tesis básica - La teoría de la neurona
La idea de combinar esta «teoría de la cantidad» (Qh) con la noción de la neurona, establecida por la histología moderna, constituye el segundo pilar de nuestra teoría. La esencia de esta nueva noción es la de que el sistema neuronal está formado por neuronas discretas, homólogas en su estructura, que contactan entre sí a través de una sustancia intermedia extraña, que terminan las unas en las otras como si lo hicieran sobre trozos de tejido extraño y en las cuales se hallan preestablecidas determinadas direcciones de conducción, ya que reciben estímulos a través de las prolongaciones celulares [dendritas] y los emiten por un cilindroeje [axón]. A ello se agregan sus exuberantes ramificaciones de diverso calibre. Si se combina esta representación de las neuronas con la concepción de la teoría de la cantidad (Qh), se llega a la noción de una neurona (N) catectizada, llena de determinada cantidad (Qh), aunque en otras ocasiones puede estar vacía. El principio de inercia halla expresión en la hipótesis de una corriente dirigida desde las prolongaciones celulares [dendritas] hacia el cilindroeje [axón]. Cada neurona aislada es así un modelo del sistema neuronal en su totalidad, con su división en dos partes, siendo entonces el cilindroeje su órgano de descarga. En cuanto a la función secundaria, que requiere una acumulación de cantidad (Qh) se concibe admitiendo que existen resistencias opuestas a la descarga; la estructura misma de la neurona induce a localizar todas esas resistencias en los contactos [entre las neuronas], que de tal modo funcionarían como barreras. La admisión de estas barreras de contacto es fructífera en múltiples sentidos.
4) Las barreras de contacto
La primera justificación de esta hipótesis radica en la consideración de que la conducción pasa en este punto por un protoplasma indiferenciado, en lugar de transcurrir por protoplasma diferenciado, como lo hace en el restante recorrido por el interior de la neurona, siendo probable que este último sea un protoplasma más apto para la conducción. Esta circunstancia sugiere que la capacidad de conducción estaría ligada a la diferenciación, siendo de suponer pues, que el propio proceso de conducción crea una diferenciación en el protoplasma y, con ello, una mejor capacidad para la conducción ulterior. Además, la teoría de las barreras de contacto tiene las siguientes ventajas. Una de las características principales del tejido nervioso es la memoria, es decir, en términos muy generales, la capacidad de ser permanentemente modificado por procesos únicos, característica que contrasta tan notablemente con la conducta de una materia que deja pasar un movimiento ondulatorio, para retornar luego a su estado previo. Toda teoría psicológica digna de alguna consideración habrá de ofrecer una explicación de la «memoria». Ahora bien: cualquier explicación de esta clase tropieza con la dificultad de admitir, por un lado, que una vez transcurrida la excitación, las neuronas queden permanentemente modificadas con respecto a su estado anterior, mientras que, por otra parte, no es posible negar que las nuevas excitaciones inciden, en términos generales, sobre las mismas condiciones de recepción que hallaron las excitaciones anteriores. Así, las neuronas habrían de estar al mismo tiempo modificadas e inalteradas o, dicho de otro modo, «indiferentes». No es dable imaginar de primera intención un aparato capaz de tan complejo funcionamiento. La salida radica, pues, en adjudicar a una clase de neuronas la capacidad de ser permanentemente influidas por la excitación, mientras que la inmutabilidad, o sea, la característica de estar vírgenes ante toda nueva excitación, correspondería a otra clase de neuronas. Así surgió la distinción corriente entre «células perceptivas» y «células mnemónicas», una distinción que no concuerda, empero, con ningún contexto y que nada puede invocar en su favor.
La teoría de las barreras de contacto adopta esta salida formulándola en los siguientes términos. Existen dos clases de neuronas: primero, aquellas que dejan pasar cantidad (Qh) como si no poseyeran barreras de contacto, o sea, que después de cada pasaje de una excitación quedan en el mismo estado que antes; segundo, aquellas en las cuales se hacen sentir las barreras de contacto; de modo que sólo difícil o parcialmente dejan pasar cantidad (Qh) a través de ellas. Las neuronas de esta segunda clase pueden quedar, después de cada excitación, en un estado distinto al anterior, o sea, que ofrecen una posibilidad de representar la memoria. Así, pues, existen neuronas permeables (que no ofrecen resistencia y que nada retienen), destinadas a la percepción, y neuronas impermeables (dotadas de resistencia y tentativas de cantidad [Qh]), que son portadoras de la memoria, y con ello, probablemente, también de los procesos psíquicos en general. Por consiguiente, desde ahora llamaré al primer sistema de neuronas «j», y al segundo, «y». A esta altura conviene aclarar qué presunciones acerca de las neuronas son imprescindibles si pretendemos abarcar con ellas las características más generales de la memoria. La argumentación es la siguiente: Dichas neuronas son permanentemente modificadas por el pasaje de una excitación (o bien, aplicando la teoría de las barreras de contacto: sus barreras de contacto quedan en un estado permanentemente alterado). Ahora bien: como la experiencia psicológica nos enseña que existe algo así como un «sobreaprendizaje», basado en la memoria, esa alteración debe consistir en que las barreras de contacto se tornen más aptas para la conducción -menos impermeables-, o sea, más semejantes a las del sistema y. Designaremos este estado de las barreras de contacto como «grado de facilitación» [Bahung]. En tal caso, podremos afirmar que la memoria está representada por las facilitaciones existentes entre las neuronas y.
Supongamos que todas las barreras de contacto y estén igualmente facilitadas [gebahnt] -o lo que es lo mismo, que ofrezcan la misma resistencia-: en tal caso, evidentemente, no se podrá deducir de ellas las características de la memoria. Esta es, en efecto, una de las fuerzas determinantes y orientadoras en relación con la vía que adoptan las excitaciones, y si la facilitación fuese igual por doquier, no se explicaría por qué una vía habría de ser preferida a otra. De ahí que sea más correcto afirmar que la memoria está representada por las diferencias de facilitación entre las neuronas y. Ahora bien: ¿de qué depende la facilitación en las neuronas y? De acuerdo con la experiencia psicológica, la memoria (es decir, la fuerza persistente de una vivencia) depende de un factor que es dable describir como «magnitud» de la impresión, así como de la frecuencia con que una misma impresión se repite. O bien, en los términos de nuestra teoría: la facilitación depende de la cantidad (Qh) que pasa a través de una neurona en el proceso excitativo y del número de veces que este proceso se repite. Adviértese así que la cantidad (Qh) es el factor efectivo, que cantidad y facilitación son el resultado de la cantidad (Qh) y, al mismo tiempo, lo que puede sustituir la cantidad. Estas consideraciones nos llevan a recordar, casi involuntariamente, que la tendencia primaria de los sistemas neuronales, una tendencia sostenida a través de todas las modificaciones, es la de evitar ser cargados con cantidad (Qh) o la de disminuir en lo posible esta carga. Bajo la presión del apremio de la vida, empero, el sistema neuronal se ha visto obligado a conservar una reserva de cantidad (Qh). Con este fin ha tenido que aumentar el número de sus neuronas, y los elementos agregados han debido ser impermeables. Pero ahora evita, por lo menos en parte, la repleción con cantidad (Qh) -es decir, evita la catexia-, por medio del establecimiento de facilitaciones. Adviértase, pues, que las facilitaciones sirven a la función primaria.
La necesidad de localizar la memoria en la teoría de las barreras de contacto exige aún algo más: es preciso que a cada neurona y le correspondan, en general, varias vías de conexión con otras neuronas; es decir, varias barreras de contacto. De ello depende, en efecto, la posibilidad de la selección [de vías por la excitación. I.], que a su vez es determinada por la facilitación. Siendo esto así, es evidente que el estado de facilitación de cada barrera de contacto debe ser independiente del de todas las demás barreras de una misma neurona y, pues de otro modo no subsistiría, una vez más, ninguna preferencia [entre las vías]; es decir, ninguna motivación. De esto puede derivarse una inferencia negativa acerca de la índole del estado facilitado. Si se imagina una neurona llena de cantidad (Qh) -es decir, catectizada-, sólo cabe concebir que esta cantidad (Qh) esté uniformemente distribuida por todas las regiones de la neurona, o sea, también por todas sus barreras de contacto. En cambio, nada obsta para que nos imaginemos que en el caso de una cantidad (Qh) fluente ésta siga sólo una vía particular a través de la neurona, de modo que sólo una de sus barreras de contacto quede sometida a la acción de la cantidad (Qh) fluente y conserve luego la facilitación que ésta le proporciona. Por tanto, la facilitación no puede fundarse en una catexia retenida, pues ello no daría lugar a diferencias de facilitación en las barreras de contacto de una misma neurona. Queda por ver en qué consiste, aparte de esto, la facilitación. De primera intención podría pensarse que consiste en la absorción de cantidad (Qh) por las barreras de contacto. Este punto quizá sea aclarado más adelante. La cantidad (Qh), que ha dejado tras sí una Facilitación, es descargada, sin duda alguna, precisamente merced a dicha facilitación, pues ésta aumenta la permeabilidad. A propósito de esto, sea dicho que no es necesario que la facilitación persistente después de un pasaje de cantidad (Qh) sea tan grande como fue durante el pasaje mismo de aquélla. Es posible que sólo subsista una fracción de ella, en forma de facilitación permanente. De la misma manera, aún no es posible establecer si un solo pasaje de una cantidad 3 Qh es equivalente a tres pasajes de una cantidad Qh . Todos estos puntos habrán de ser considerados una vez que la teoría haya experimentado nuevas adaptaciones a los hechos psíquicos.
5) El punto de vista biológico
La admisión de dos sistemas neuronales j y y, el primero de los cuales está formado por elementos permeables y el segundo por elementos impermeables, permite explicar, pues, una de las particularidades de todo sistema neuronal: su capacidad de retener y de permanecer, no obstante, receptivo. Toda adquisición psíquica consistiría entonces en la articulación del sistema y por suspensiones parciales y topográficamente determinadas de la resistencia a nivel de las barreras de contacto, resistencia que distingue j de y. Con el progreso de esa articulación la libre receptividad del sistema neuronal llegaría efectivamente a un límite. Con todo, quien se dedique a la construcción de hipótesis científicas sólo podrá tomarlas en serio una vez que se adapten desde más de una dirección a los conocimientos ya establecidos y siempre que de tal modo sea posible restarles su carácter arbitrario de construcciones ad hoc. Contra nuestra hipótesis de las barreras de contacto podríase objetar que presupone la existencia de dos clases de neuronas, fundamentalmente distintas en sus condiciones funcionales, a pesar de que a primera vista parece faltar toda base para tal distinción. Morfológicamente al menos -es decir, desde el punto de vista histológico-, no se conoce ninguna prueba en apoyo de la misma.
¿Dónde más podríase buscar un fundamento para esta división en dos clases? De ser posible en el desarrollo biológico del sistema neuronal, que, como todo lo demás, es para el científico natural algo que se ha formado sólo paulatinamente. Quisiéramos saber si las dos clases de neuronas pueden haber tenido distinta significación biológica y, en caso afirmativo merced a qué mecanismo se habrían desarrollado hasta alcanzar dos características tan dispares como la permeabilidad y la impermeabilidad. Naturalmente, la solución más satisfactoria sería la de que el mecanismo que perseguimos se desprendiera directamente de sus [respectivas] funciones biológicas primitivas, pues en tal caso habríamos hallado una sola respuesta para ambas preguntas. Recordemos ahora que el sistema neuronal tuvo, desde un principio, dos funciones: recibir estímulos del exterior y descargar las excitaciones de origen endógeno. Se recordará también que fue precisamente de esta última función de donde surgió la necesidad de un mayor desarrollo biológico, bajo la presión del apremio vital. Podríase suponer ahora que nuestros dos sistemas j y y, habrían sido los que asumieron respectivamente cada una de esas funciones primarias.
El sistema j sería entonces aquel grupo de neuronas que recibe los estímulos exteriores, mientras que el sistema y contendría las neuronas que reciben las excitaciones endógenas. En tal caso no habríamos inventado j y y, sino que simplemente los habríamos descubierto, restando sólo el problema de identificarlos con los elementos ya conocidos. Efectivamente, la anatomía nos enseña que existe un sistema de neuronas (la sustancia gris medular) que se encuentra exclusivamente en contacto con el mundo exterior y otro sistema superpuesto (la sustancia gris del cerebro) que no posee contactos periféricos directos, pero que es el substrato del desarrollo del sistema neuronal y de las funciones psíquicas. El cerebro primitivo concuerda bastante bien con nuestra caracterización del sistema y, siempre que podamos admitir que el cerebro tiene vías de conexión directa e independientes de j con el interior del cuerpo. Ahora bien: los anatómicos desconocen el origen y el significado biológico original del cerebro primitivo; de acuerdo con nuestra teoría, tendría que haber sido nada menos que un ganglio simpático. He aquí la primera posibilidad de ensayar nuestra teoría, cotejándola con un material fáctico.
Por el momento identificaremos, pues, el sistema y con la sustancia gris del cerebro. Ahora se comprende fácilmente, partiendo de nuestras consideraciones biológicas iniciales, que es precisamente [el sistema] y el que más debe estar sujeto a un desarrollo progresivo por multiplicación de sus neuronas y por acumulación de cantidad; también se advierte cuán adecuado es que y esté constituido por neuronas impermeables, dado que de otra manera no podría cumplir los requerimientos de la acción específica. Mas ¿de qué manera adquirió y la característica de la impermeabilidad? Después de todo, también j posee barreras de contacto, y si éstas no cumplen función alguna, ¿por qué habrían de cumplirla las de y? Suponer que existe una diferencia primordial en el valor de las barreras de contacto de j y de y tendría, una vez más, el cariz dudoso de lo arbitrario, aunque bien podríamos pretender, siguiendo la línea del pensamiento darwiniano, que las neuronas impermeables son imprescindibles y que, por tanto, deben subsistir. Otra salida de esta dificultad, empero. parece más fructífera y menos ambiciosa. Recordemos que aun las barreras de contacto de y quedan sometidas, en última instancia, a la facilitación, y que es precisamente la cantidad (Qh) la que las facilita. Cuanto mayor sea la cantidad (Qh) que interviene en el curso de la excitación, tanto mayor será la facilitación, pero ésta entraña una aproximación a las características de las neuronas j. Así, pues, atribuyamos la diferencia no a las neuronas, sino a las cantidades con que ellas se ven enfrentadas, y entonces tendremos buenas razones para presumir que por las neuronas j transcurren cantidades frente a las cuales la resistencia de las barreras de contacto es insignificante, mientras que a las neuronas y sólo llegan cantidades del mismo orden de magnitud que esa resistencia. De ser así, una neurona j se tornaría impermeable y una neurona y permeable, siempre que pudiésemos intercambiar su localización y sus conexiones; pero retienen sus características distintivas simplemente porque las neuronas j sólo están conectadas con la periferia y las neuronas y sólo con el interior del cuerpo. De tal modo, una distinción de esencia queda reemplazada por una distinción del medio al que [las neuronas] están destinadas.
Ahora, empero, tendremos que examinar nuestra presunción de que las cantidades de estimulación que llegan a las neuronas desde la periferia exterior serían de un orden superior a las que les llegan desde la periferia interior del cuerpo. Existen. en efecto, muchos datos en favor de tal presunción. En primer lugar no cabe duda alguna de que el mundo exterior es la fuente de todas las grandes cantidades de energías, pues la física nos enseña que aquél consiste en poderosas masas en violento movimiento y que este movimiento es transmitido por dichas masas. El sistema j, que está orientado hacia ese mundo exterior, tendrá la misión de descargar con la mayor rapidez posible las cantidades (Qh) que incidan sobre las neuronas, pero en cualquier caso estará siempre sometido a la influencia de cantidades considerables (Q). Según todos nuestros conocimientos, el sistema y está fuera de contacto con el mundo exterior; únicamente recibe cantidades (Q), por un lado, de las propias neuronas j, y por el otro, de los elementos celulares del interior del cuerpo, quedando ahora por establecer tan sólo si es probable que estas cantidades de estimulación sean de una magnitud relativamente baja. A primera vista quizá parezca contradictorio que a las neuronas y deban atribuírsele dos fuentes de estimulación tan dispares como j y las células somáticas, pero es precisamente en este punto donde recibimos un decidido apoyo de la más reciente histología de los sistemas neuronales. Ella nos enseña, en efecto, que las terminaciones de las neuronas y las conexiones entre las neuronas se ajustan a un mismo patrón estructural, y que las neuronas terminan. las unas sobre las otras, de la misma manera que terminan en los elementos somáticos; probablemente también sea homólogo el carácter funcional de ambos procesos. De tal manera es admisible que en las terminaciones nerviosas actúen cantidades similares que en las conexiones intercelulares. También es verosímil suponer que los estímulos endógenos sean del mismo orden de magnitud intercelular. A propósito, es aquí donde se nos abre una segunda oportunidad para examinar la validez de nuestra teoría.
6) El problema de la cantidad
Nada sé acerca de la magnitud absoluta de los estímulos intercelulares, pero me aventuro a suponer que es de una magnitud relativamente inferior [a la magnitud de los estímulos teleneuronales, T.] y del mismo orden de resistencia de las barreras de contacto, cosa que, de confirmarse, sería fácilmente comprensible. Esta hipótesis dejaría a salvo la similitud esencial de las neuronas j y y y al mismo tiempo explicaría biológica y mecánicamente su diferencia en cuanto a la permeabilidad. A falta de pruebas al respecto, son tanto más interesantes ciertas perspectivas y concepciones que arrancan de dicha hipótesis. Ante todo, si realmente nos hemos formado una impresión correcta de la magnitud de las cantidades (Q) en el mundo exterior, podemos preguntarnos si la tendencia fundamental del sistema neuronal, o sea, la de mantener su cantidad (Q) reducida a cero, es suficientemente realizada mediante la rapidez de descarga, o si no actúa ya en el proceso de la recepción misma de estímulos. Comprobamos, en efecto, que las neuronas j no terminan libremente en la periferia, sino a través de formaciones celulares, siendo éstas y no dichas neuronas las que reciben los estímulos exógenos. Estos «aparatos teleneuronales» -en el sentido más amplio del término- bien podrían tener la finalidad de impedir que las cantidades exógenas (Q) incidan con toda su intensidad sobre j, sino que sean previamente atenuadas. En tal caso cumplirían la función de «pantallas de cantidad» (Q), que sólo dejarían pasar Fracciones de las cantidades exógenas (Q).
Con ello concordaría el hecho de que el otro tipo de terminaciones nerviosas -el de las terminaciones libres, sin órgano teleneuronal- sea, con mucho, el más común en la periferia interna del cuerpo. Allí parecen ser innecesarias las pantallas de cantidad (Q), probablemente porque las cantidades (Qh) que allí son recibidas no necesitan ser reducidas al nivel intercelular, dado que de por sí ya se hallan.en ese nivel. Siendo posible calcular las cantidades (Q) recibidas por las terminaciones de las neuronas j, ello quizá ofrezca un recurso para formarse una noción de las magnitudes que pasan entre las neuronas y y que, como vimos, son del mismo orden que las resistencias de las barreras de contacto. Además, aquí asoma una tendencia que bien podría determinar el hecho de que el sistema neuronal esté formado por varios sistemas: una tendencia cada vez más amplia a mantener la cantidad (Qh) apartada de las neuronas. Así, la estructura del sistema neuronal serviría al propósito de apartar la cantidad (Qh) de las neuronas, mientras que su función serviría al propósito de descargar dicha cantidad.
7) El dolor
Todo los dispositivos de índole biológica tienen un límite de eficiencia, más allá del cual fracasan. Esta falla se traduce por fenómenos rayanos en lo patológico y que, en cierto modo, constituyen los prototipos normales de las manifestaciones patológicas. Hemos visto que el sistema neuronal está instalado de tal manera que las grandes cantidades exteriores (Q) quedan apartada de j y aún más de y. Esta finalidad es cumplida por las pantallas teleneuronales y por por el hecho de que y se halla sólo indirectamente conectado con el mundo exterior ¿Existe algún fenómeno que pueda ser interpretado como el equivalente del fracaso de estos dispositivos? Tal fenómeno es, según creo, el dolor. Cuanto sabemos del dolor concuerda con este concepto. El sistema neuronal tiene la más decidida tendencia a la fuga del dolor. Vemos en ella una manifestación de su tendencia primaria a evitar todo aumento de su tensión cuantitativa (Qh) y podemos concluir que el dolor consiste en la irrupción de grandes cantidades (Q) hacia y. De esta manera ambas tendencias quedan reducidas a una y la misma.
El dolor pone en función el sistema j tanto como el sistema y; ningún obstáculo puede oponerse a su conducción; es el más imperativo de todos los procesos. Las neuronas y parecen ser, pues, permeables al mismo, de modo que el dolor debe consistir en la acción de cantidades (Q) de un orden relativamente elevado. La causa desencadenante del dolor puede consistir, por un lado, en un aumento de cantidad: toda excitación sensible (aun las de los órganos sensoriales más elevados) tiende a convertirse en dolor a medida que aumenta el estímulo, cosa que cabe interpretar sin lugar a dudas como una falla [del mecanismo, T.]. Por otra parte, puede ocurrir dolor en presencia de pequeñas cantidades exteriores, caso en el cual aparece siempre vinculado con una solución de continuidad; es decir, una cantidad exterior (Q) que actúa directamente sobre las terminaciones de las neuronas j sin mediación de los «aparatos teleneuronales», origina dolor. Con ello el dolor queda caracterizado como la irrupción de cantidades (Q) excesivas hacia j y y; es decir, de cantidades (Q) que son de un orden de magnitud aún mayor que el de los estímulos j. Es fácil comprender el hecho de que el dolor recorra todas las vías de descarga. Según nuestra teoría de que cantidad (Q) produce facilitación, es evidente que el dolor deja tras sí facilitaciones permanentes en y, como si la descarga de un rayo hubiera pasado por ella. Es posible que estas facilitaciones barran por completo la resistencia de las barreras de contacto y establezcan [en y] vías de conducción como las que existen en j.
8) El problema de la cualidad
Hasta ahora ni siquiera hemos mencionado el hecho de que toda teoría psicológica, además de cumplir los requisitos planteados por el enfoque científico natural, debe satisfacer aún otra demanda fundamental. En efecto, habrá de explicarnos todo lo que conocemos de la más enigmática manera, a través de nuestra «consciencia», y dado que esta consciencia nada sabe de lo que hasta ahora hemos estado presuponiendo -de cantidades y de neuronas-, dicha teoría habrá de explicarnos también esta falta de conocimiento. Al punto se nos torna explícita una premisa que hasta ahora nos ha guiado sin que nos apercibiéramos de ella. En efecto, hemos venido tratando los procesos psíquicos como algo que bien podría prescribir de ser conocido por la consciencia, de algo que existe independientemente de ella. Estamos preparados para comprobar que algunas de nuestras presunciones no sean confirmadas por la consciencia, y si rehusamos dejarnos confundir por esta discrepancia, lo hacemos como consecuencia lógica de nuestra presunción de que la consciencia no nos daría una información completa ni fidedigna de los procesos neuronales, pues la totalidad de éstos debería ser considerada de primera intención como inconsciente y a ser inferida igual que todos los demás fenómenos naturales. En tal caso, sin embargo, el contenido de la consciencia habrá de ser situado en la serie de nuestros procesos y cuantitativos. La consciencia nos suministra ese algo que se ha dado en llamar cualidades, o sea, sensaciones que en una amplia gama de variedades son distintas y cuya alteridad es discernida en función de las relaciones con el mundo exterior . En esta alteridad aparecen series, similitudes, etc., pero en realidad no hay en ella nada cuantitativo.
Cabría preguntarse cómo se originan las cualidades y dónde se originan; pero son éstas cuestiones que requieren la más detenida investigación y que sólo podremos abordar aquí con carácter aproximado. ¿Dónde se originan las cualidades? No, por cierto, en el mundo exterior, pues de acuerdo con nuestra concepción científico-natural, a la que aquí pretendemos someter también la psicología, en el mundo exterior sólo existen masas en movimiento y nada más. ¿Acaso se originan en el sistema j? Esto estaría de acuerdo con el hecho de que las cualidades aparezcan vinculadas a la percepción, pero lo contradicen todos los datos que, con justa razón, hablan en favor de la localización de la consciencia en los niveles más altos del sistema neuronas ¿Se originan entonces en el sistema y? Contra ello cabe aducir una importante objeción. Los sistemas j y y actúan conjuntamente en la percepción; pero existe un proceso psíquico que evidentemente tiene lugar tan sólo en y; me refiero a la reproducción, al recuerdo; mas precisamente este proceso se halla, en términos generales, desprovisto de cualidad. Normalmente el recuerdo no produce nada que posea el carácter peculiar de la cualidad perceptiva. De tal modo cobramos ánimo suficiente para admitir que podría existir un tercer sistema de neuronas -«neuronas perceptivas» podría llamárselas-, que serían excitadas juntamente con las otras en el curso de la percepción, pero no en el de la reproducción, y cuyos estados de exitación darían lugar a las distintas cualidades, o sea, que serían las sensaciones conscientes.
Si adherimos firmemente a la noción de que nuestra consciencia sólo suministra cualidades, mientras que las ciencias naturales únicamente reconocen cantidades, se desprende, como si fuera por regla de tres, una característica de las neuronas perceptivas. En efecto, mientras la ciencia se ha impuesto como objeto el reducir todas nuestras cualidades perceptivas a cantidad exterior, cabe presumir que la estructura del sistema neuronal consiste en dispositivos destinados convertir la cantidad exterior en cualidad, con lo que se impondría una vez más la tendencia primaria al apartamiento de toda cantidad. Vimos que los aparatos teleneuronales constituyen una pantalla destinada a permitir que sólo fracciones de la cantidad exterior lleguen a actuar sobre j, mientras que, al mismo tiempo, j efectúa la descarga gruesa de cantidad. De tal modo, el sistema y ya quedaría protegido de las cantidades de orden mayor y sólo se vería enfrentado con las de magnitud intercelular. Prosiguiendo este razonamiento cabe presumir que el sistema W sea movido solamente por cantidades aún más reducidas. Podría ser que el carácter cualitativo (es decir, la sensación consciente) sólo aparezca cuando las cantidades han quedado excluidas en la medida de lo posible. Claro está que no es posible eliminarlas por completo, pues también esas neuronas perceptivas deben ser concebidas como catectizadas con cantidad (Qh) y tendientes a lograr su descarga.
Con esto no encontramos, empero, frente a una dificultad que parecería insuperable. Hemos visto que la permeabilidad depende del efecto producido por la cantidad (Qh) y que las neuronas; ya son de por sí impermeables. Pero como las cantidades (Qh) intervinientes son aún más pequeñas, las neuronas perceptivas habrán de ser todavía más impermeables. Es inadmisible, sin embargo, atribuir tal característica a las neuronas portadoras de la consciencia, pues la rápida mutabilidad de su contenido, el carácter fugaz de la consciencia, la fácil y rápida combinación de cualidades simultáneamente percibidas, todo esto sólo es compatible con una permeabilidad total de las neuronas perceptivas y con su completa restitutio in integrum. Las neuronas perceptivas se conducen como verdaderos órganos de percepción y en ellas no encontramos ningún dato para localizar la memoria. Henos aquí, pues, ante una permeabilidad, una completa facilitación, que no proceden de cantidades. ¿De dónde proceden entonces? Sólo ve una salida: revisar nuestra hipótesis básica sobre el decurso de cantidad (Qh). Hasta ahora sólo pude concebirlo como una transferencia de cantidad (Qh) de una neurona a otra, pero debe poseer otra característica más -una característica de índole temporal-, pues también la mecánica de los físicos le concede este atributo temporal aun a los movimientos de masas en el mundo exterior. Designaré esta característica simplemente como «el período» y admitiré entonces que la resistencia de las barreras de contacto rige sólo para la transferencia de cantidad (Q), pero que el período del movimiento neuronal se propaga a todas partes sin inhibición alguna, como si fuera por un proceso de inducción.
Mucho queda por hacer aquí en cuanto a la aclaración de los aspectos físicos pues las leyes generales del movimiento también deben regir aquí sin contradicciones. Mi hipótesis, empero, va aún más allá, admitiendo que las neuronas perceptivas serían incapaces de recibir cantidades (Qh), pero que en cambio asumen el período de la excitación, y que esta condición suya de ser afectada por un período, mientras admiten sólo una mínima carga de cantidad (Qh), constituye el fundamento de la consciencia. También las neuronas y tienen, naturalmente, su período, mas éste se halla desprovisto de cualidad o, mejor dicho, es monótono. Las desviaciones de este período psíquico específico llegan a la consciencia en forma de cualidades. ¿Dónde se originan estas diferencias del período? Todo parecería indicar los órganos de los sentidos, cuyas cualidades pretendemos representar por diferencias de período del movimiento neuronal. Los órganos de los sentidos no sólo actúan como pantallas de cantidad (Q) -como todos los demás aparatos teleneuronales-, sino también como cribas, pues sólo dejan pasar estímulos procedentes de ciertos procesos con períodos determinados. Es probable que transfieran luego estas diferencias a F, comunicando al movimiento neuronal cualquier período cuya diferencia [cuya característica diferencial. T.] sea en algún modo análoga [a la de los procesos del mundo exterior. T.] o sea, energía específica-, y son estas modificaciones las que pasan de j a través de y hacia W, para engendrar allí, donde están casi desprovistas de cantidad, sensaciones conscientes de cualidad . Esta transmisión de cualidad no es durable, no deja tras de sí rastro alguno y no puede ser reproducida.
9) La consciencia
Solo mediante hipótesis tan complicadas y poco evidentes he podido hasta ahora incluir los fenómenos de la consciencia en el conjunto de la psicología cuantitativa. Naturalmente, es imposible tratar de explicar por qué los procesos excitativos de las neuronas perceptivas (wN) traen aparejada la consciencia. Para nosotros sólo se trata de hallar en las neuronas perceptivas (wN) procesos que coincidan con las características de la consciencia conocidas por nosotros y cuyas variaciones sean paralelas a las de ellas. Ya veremos que no es difícil lograrlo, aun en sus detalles. Antes, sin embargo, digamos algunas palabras sobre la relación de esta teoría de la consciencia con otras teorías. De acuerdo con una teoría mecanicista moderna, la consciencia no sería más que un mero apéndice agregado a los procesos fisiológicos-psíquicos, un apéndice cuya ausencia nada modificaría en el curso del suceder psíquico. De acuerdo con otra teoría, la consciencia sería la faz subjetiva de todo suceder psíquico, o sea, que sería inseparable de los procesos fisiológico-anímicos. La teoría que aquí desarrollo se encuentra entre estas dos. La consciencia es aquí la faz subjetiva de una parte de los procesos físicos [que se desarrollan] en el sistema neuronal -a saber, de los procesos perceptivos (procesos w)-, y su ausencia no dejaría inalterado el suceder psíquico, sino que entrañaría la ausencia de toda contribución del sistema W (w).
Si representamos la consciencia por neuronas perceptivas (wN) surgen varias consecuencias. Estas neuronas deben tener una descarga por más pequeña que ella sea, y debe existir alguna manera de llenar las neuronas perceptivas con cantidades (Qh), en la escasa medida que les es imprescindible. La descarga se realiza, como toda otra descarga, en la dirección de la motilidad, debiéndose recordar aquí que la conversión motriz entraña, evidentemente, la pérdida de toda característica cualitativa, de toda peculiaridad periódica. La repleción de las neuronas perceptivas con cantidad sólo puede hacerse desde y, puesto que no estamos dispuestos a admitir ninguna conexión directa de este tercer sistema con j. No atinamos a indicar cuál puede haber sido el primitivo valor biológico de las neuronas perceptivas. Hasta ahora, empero, sólo pudimos describir muy parcialmente el contenido de la consciencia, pues además de las series de cualidades sensoriales encontramos en ella otra serie muy distinta: la de las sensaciones de placer y displacer, que ahora habremos de interpretar. Dado que hemos establecido con certeza una tendencia de la vida psíquica hacia la evitación del displacer, estaríamos tentados de identificarla con la tendencia primaria de la inercia. En tal caso el displacer coincidiría con un aumento del nivel cuantitativo (Qh) o con un aumento cuantitativo de la presión: equivaldría a la percepción sensación cuando se produce un aumento de cantidad (Qh) en y. El Placer sería la [correspondiente] sensación de descarga.
Dado que se supone que el sistema W debe ser llenado desde y, se desprende que la catexia aumentaría en W al elevarse el nivel en y y disminuiría al caer éste. Placer y displacer serían entonces las sensaciones correpondientes a la propia catexia de W, a su propio nivel, funcionando W y y, en cierto modo, como vasos comunicantes. De idéntica manera también llegarían a la consciencia los procesos cuantitativos en y, o sea, una vez más, como cualidades [véase el parágrafo 7]. Las sensaciones de placer y de displacer entrañan la pérdida de la capacidad de percibir las cualidades sensoriales, que están localizadas, por así decirlo, en la zona indiferente entre placer y displacer. Esto podría traducirse así: las neuronas perceptivas (wN) exhiben una capacidad óptima para admitir el período del movimiento neuronal cuando tienen una catexia determinada, mientras que al elevarse ésta surge el displacer, y al debilitarse, el placer, hasta que la capacidad receptiva se extingue por completo cuando falta toda catexia. Sería preciso concebir la forma de movimiento [en cuestión] que corresponda a estos datos.
10) Funcionamiento del aparato
Podemos formarnos ahora la siguiente concepción sobre el funcionamiento del aparato constituido por j y w. Desde el exterior inciden magnitudes de excitación sobre las terminaciones del sistema j, topándose primero con los aparatos teleneuronales, que los fragmentan en fracciones cuyo orden de magnitud probablemente sea superior al de los estímulos intercelulares (¿o quizá aun del mismo orden?). Aquí nos encontramos con un primer umbral: por debajo de determinada cantidad no puede constituirse ninguna fracción eficaz, de modo que la efectividad de los estímulos está limitada en cierto modo a las cantidades de magnitud mediana. Al mismo tiempo, la naturaleza de las envolturas nerviosas actúa como una criba, de manera que en las distintas terminaciones nerviosas no todos los tipos de estímulos pueden ser efectivos. Los estímulos que realmente llegan a las neuronas j poseen una cantidad y una característica cualitativa; en el mundo exterior forman una serie de la misma cualidad [que los estímulos] y de creciente [magnitud de] cantidad, desde el umbral hasta el límite del dolor.
Mientras los procesos forman en el mundo exterior un continuo bidireccional -[ordenado de acuerdo] con la cantidad y con el período (cualidad)-, los estímulos que les corresponden se hallan, de acuerdo con la cantidad, reducidos primero y luego limitados por selección, y en cuanto a su cualidad son discontinuos, de modo que ciertos períodos ni siquiera pueden actuar como estímulos.
La característica cualitativa de los estímulos se propaga ahora sin impedimentos por j, a través de y, hacia w, donde genera la sensación; está representada por un período particular del movimiento neuronal, que no es, por cierto, el mismo que el del estímulo, pero que guarda con él determinada relación, de acuerdo con una fórmula de reducción desconocida por nosotros. Este período no se mantiene durante largo tiempo y se extingue hacia el lado de la motilidad; además, como puede pasar sin impedimento, tampoco deja tras de sí ninguna memoria. La cantidad del estímulo j excita la tendencia a la descarga en el sistema nervioso al convertirse en una excitación motriz proporcional. El aparato de la motilidad está directamente acoplado a j; las cantidades así convertidas producen un efecto que les es cuantitativamente muy superior, pues ingresan en los músculos, las glándulas, etc., actuando en ellos por liberación [de cantidad], mientras que entre las neuronas sólo tiene lugar una transferencia [de cantidad].
A nivel de las neuronas j terminan también las neuronas y, a las que es transferida una parte de la cantidad (Qh), pero sólo una parte; quizá una fracción correspondiente a la magnitud de los estímulos intercelulares. Llegados aquí podríamos preguntarnos si la cantidad [Qh] transferida a y no sería por ventura proporcional a la cantidad [Q] que corre por j, de modo tal que un estímulo más considerable produzca también un efecto psíquico más considerable. Aquí parece actuar un dispositivo especial que, una vez más, mantiene cantidad (Q) apartada de y. Las vías sensitivas de conducción en j poseen, en efecto, una estructura peculiar, ramificándose continuamente y presentando vías de variable grosor que concluyen en numerosos puntos terminales, lo que quizá tenga el siguiente significado: un estímulo más poderoso sigue una vía distinta que otro más débil.
Así, por ejemplo, Qh1 recorrerá únicamente la vía I y en el punto terminal à transmitirá una fracción a y. Qh2 [es decir, una cantidad dos veces mayor que Qh1] no transmitirá en à una fracción dos veces mayor, sino que podrá pasar también por la vía II, que es más delgada, y abrirá un segundo punto terminal hacia y [en b]; Qh3 abrirá la más delgada de las vías y transferirá asímismo por el punto terminal g [véase la figura]. De tal manera, la vía j única quedará aliviada de su carga y la mayor cantidad en j se traducirá por el hecho de catectizar varias neuronas en y, en lugar de una sola. Cada una de las catexias de las distintas neuronas y puede, en tal caso, ser de magnitud aproximadamente igual. Si Qh en y produce una catexia en y, entonces Qh3 se expresa por catexias en y1 + y2 + y3. Así, cantidad en j se expresa por complejidad en b. De tal manera la cantidad (Q) queda apartada de y, por lo menos dentro de ciertos límites. Esto nos recuerda mucho las condiciones postuladas por la ley de Fechner, que de tal modo admitiría una localización [determinada]. De esta manera, y es catectizada desde j con cantidades (Q) que normalmente son pequeñas. Mientras la cantidad de la excitación j se expresa en y por la complejidad, su cualidad se expresa por la topografía, dado que, de acuerdo con las relaciones anatómicas, los distintos órganos sensoriales sólo se comunican a través de j con determinadas neuronas y. Pero y también recibe catexias del interior del cuerpo, de modo que sería admisible dividir las neuronas y en dos grupos: las neuronas del pallium, que son catectizadas desde j, y las neuronas nucleares, que son catectizadas desde las vías endógenas de conducción .
11) Las vías de conducción y
La porción nuclear de y está conectada con aquellas vías por las cuales ascienden las cantidades endógenas [Q] de excitación. Sin excluir la posibilidad de que estas vías estén conectadas con j, debemos seguir sustentando nuestra presunción original de que hay una vía directa que 1.lleva del interior del cuerpo a las neuronas y. Esto implica, empero, que y se halla expuesto sin protección alguna a las cantidades (Q) procedentes de esa dirección, y en este hecho [como veremos en la página siguiente] radica precisamente el impulso motor del mecanismo psíquico. Cuanto sabemos acerca de los estímulos endógenos puede expresarse en la hipótesis de que son de índole intercelular, que se generan en forma continua y que sólo periódicamente se convierten en estímulos psíquicos. La idea de su acumulación es inevitable y la intermitencia de su efecto psíquico conmina a admitir que en el curso de su conducción tropiezan con resistencias superables únicamente al aumentar la cantidad [de excitación]. Las vías de conducción se encuentran, pues, articuladas en serie, con varias barreras de contacto intercaladas hasta llegar al núcleo y. Por encima de determinada cantidad [Q], empero, los estímulos endógenos actúan en forma continua, y todo aumento de la cantidad (Q) es percibido como un aumento del estímulo y. Esto implica entonces un estado en el cual la [vía de] conducción se ha tornado permeable. La experiencia demuestra, además, que una vez descargado el estímulo y, la [vía de] conducción vuelve a recuperar su resistencia. Un proceso de esta especie se denomina sumación. Las vías de conducción yse llenan por sumación hasta que se tornan permeables.
Evidentemente, lo que permite que ocurra la sumación es la pequeñez del estímulo individual. También se ha comprobado la sumación en las vías de conducción j -por ejemplo, en la conducción del dolor-, pero en este caso sólo interviene en presencia de pequeñas cantidades. El reducido papel que desempeña la sumación en el sector j hablaría en favor de que allí actúan, efectivamente, cantidades de magnitud más considerable. Las cantidades muy pequeñas parecen ser retenidas por la acción liminal de los aparatos teleneuronales, mientras que, no existiendo éstos en el sector y, sólo actúan pequeñas cantidades [Qh] .
Es digno de mención que las neuronas de conducción y puedan allí mantenerse alternando entre las características de la permeabilidad y de la impermeabilidad, gracias a que recuperan casi por completo su resistencia a pesar del pasaje de cantidad (Qh). Esta propiedad es absolutamente contradictoria con aquella otra que hemos atribuido a las neuronas y, o sea, la de quedar permanentemente facilitadas por el pasaje de cantidad (Qh) [parágrafo 3]. ¿Cómo explicar esta contradicción? Admitiendo que el restablecimiento de la resistencia al cesar el pasaje de una corriente es un atributo general de las barreras de contacto. No existe entonces dificultad alguna en conciliar esto con el hecho de que las neuronas y son influidas [por el pasaje de cantidad] en el sentido de la facilitación. Para ello sólo necesitamos suponer que la facilitación restante después del pasaje de cantidad [Q] no consiste en la abolición de toda resistencia, sino en su reducción a un imprescindible mínimo permanente. Durante el pasaje de cantidad (Q) la resistencia está suspendida, pero luego se restablece, aunque sólo hasta un nivel particular, dependiente de la cantidad (Q) transcurrida, de modo que la vez siguiente podrá pasar una cantidad menor (Q), y así sucesivamente. Una vez establecida la facilitación más completa, subsistirá todavía cierta resistencia, igual para todas las barreras de contacto, que también exigirá, pues el acrecentamiento de las cantidades (Q) hasta un umbral determinado, a fin de que éstas puedan pasar. Tal resistencia sería una constante.
Por consiguiente, el hecho de que las cantidades endógenas (Qh) actúen por sumación no significa otra cosa sino que estas cantidades están compuestas por magnitudes de excitación muy pequeñas y menores que la constante. De ahí, pues, que las vías endógenas de conducción se hallen totalmente facilitadas. De esto se desprende, sin embargo, que las barreras de contacto y son, en general, más altas que las barreras de las vías [endógenas] de conducción, de modo que en las neuronas nucleares puede producirse una nueva acumulación de cantidad (Qh). Desde el momento en que la vía de conducción alcanza su nivel de saturación, dicha acumulación no tiene límite alguno. Aquí, y se encuentra a merced de la cantidad (Q), y de tal modo surge en el interior del sistema el impulso que sustenta toda actividad psíquica. Conocemos esta fuerza en la forma de la voluntad el derivado de los instintos [véase el final del parágrafo 18].
12) La vivencia de satisfacción
La repleción de las neuronas nucleares en y tendrá por resultado una tendencia a la descarga, una urgencia que se libera hacia la vertiente de la motilidad. De acuerdo con la experiencia, la primera vía que es recorrida en tal proceso es la que conduce a la alteración interna (expresión de las emociones, grito, inervación vascular). Pero como demostramos inicialmente [parágrafo 1], ninguna descarga de esta especie puede agotar la tensión, pues a pesar de aquélla persiste la recepción de estímulos endógenos, que restablece la tensión y. En este caso la estimulación sólo puede ser abolida por medio de una intervención que suspenda transitoriamente el desprendimiento de cantidad (Qh) en el interior del cuerpo, y una intervención de esta índole requiere una alteración en el mundo exterior (aporte de alimento, aproximación del objeto sexual), que, siendo una acción específica, sólo puede ser alcanzada a través de determinadas vías. El organismo humano es, en un principio, incapaz de llevar a cabo esta acción específica, realizándola por medio de la asistencia ajena al llamar la atención de una persona experimentada sobre el estado en que se encuentra el niño, mediante la conducción de la descarga por la vía de la alteración interna [por ejemplo, mediante el llanto del niño 1.]. Esta vía de descarga adquiere así la importantísima función secundaria de la comprensión [comunicación con el prójimo. T.], y la indefensión original del ser humano conviértese así en la fuente primordial de todas las motivaciones morales [véase la tercera parte].
Una vez que el individuo asistente ha realizado para el inerme el trabajo de la acción específica en el mundo exterior. el segundo se encuentra en situación de cumplir sin dilación, por medio de dispositivos reflejos, la función que en el interior de su cuerpo es necesaria para eliminar el estímulo endógeno. La totalidad de este proceso representa entonces una vivencia de satisfacción, que tiene las más decisivas consecuencias para el desarrollo funcional del individuo. En efecto, tres cosas se producen en su sistema y:
1 ) Se efectúa una descarga permanente, poniendo fin con ello a la urgencia que generó displacer en w.
2) Se produce la catectización de una o de varias neuronas del pallium, que corresponde a la percepción de un objeto.
3) A otros puntos del pallium llegan las noticias de la descarga lograda mediante el desencadenamiento del movimiento reflejo que siguió a la acción específica. Entre estas catexias [2) y 3)] y las neuronas nucleares [que fueron catectizadas a partir de fuentes endógenas durante el estado de urgencia. I.] establécese entonces una facilitación. (Las noticias de la descarga refleja surgen gracias a que todo movimiento, en virtud de sus consecuencias accesorias, da lugar a nuevas excitaciones sensitivas -de piel y músculos-, que producen en y una imagen motriz [o quinestética]).
En cuanto a la facilitación, se origina de una manera que nos ofrece una visión más profunda del desarrollo de y. Hasta ahora hemos visto que las neuronas y son influidas por las neuronas j y por las vías de conducción endógena. mientras que las distintas neuronas y están aisladas las unas de las otras por barreras de contacto con poderosas resistencias. Existe, sin embargo, una ley fundamental de asociación por simultaneidad, que actúa durante la actividad y pura (durante el recuerdo reproductivo) y que constituye la base de todas las conexiones entre las neuronas y. Comprobamos que la consciencia (es decir, la catexia cuantitativa) pasa de una neurona y (a) a otra (b), siempre que la (a) y (b) hayan sido, en algún momento, catectizadas simultáneamente desde j o desde alguna otra parte. En otros términos, la catectización simultánea a-b ha llevado a la facilitación de una barrera de contacto. De ello se desprende, expresándolo en los términos de nuestra teoría, que una cantidad [Qh] pasa más fácilmente de una neurona a otra catectizada, que a una no catectizada.
Así, la catexia de la segunda neurona actúa de la misma manera que un aumento de catexia en la primera. En este caso, una vez más, la catexia se revela como algo que, con respecto al pasaje de cantidad [Qh], es equivalente a la facilitación. [Véase el parágrafo 3.] Aquí nos encontramos, pues, con un segundo factor de importancia para la determinación del curso que sigue una cantidad [Qh]. Una cantidad en la neurona a no sólo se dirigirá en dirección de la barrera más facilitada, sino también hacia la que esté catectizada en su vertiente opuesta. Estos dos factores pueden reforzarse mutuamente o aun antagonizarse en determinados casos. Así, la vivencia de satisfacción conduce a una facilitación entre las dos imágenes mnemónicas [la del objeto deseado y la del movimiento reflejo. I.] y las neuronas nucleares que han sido catectizadas durante el estado de urgencia. (Es de suponer que en [el curso de] la descarga producida por la satisfacción, también las imágenes mnemónicas quedan vacías de cantidad [Qh].) Con el restablecimiento del estado de urgencia o de deseo, la catexia pasa también a los dos recuerdos, reactivándolos. Es probable que el primero en experimentar esta activación desiderativa sea la imagen mnemónica del objeto. No tengo duda alguna acerca de que la activación desiderativa produce en primer término algo similar a una percepción, o sea, una alucinación. Si ésta lleva a la realización del acto reflejo, su consecuencia ineludible será la defraudación.
13) La vivencia del dolor
En condiciones normales, y está expuesto a cantidad (Qh) desde las vías endógenas de conducción, y en condiciones anormales (aunque todavía no patológicas, lo está en aquellos casos en que cantidades excesivas (Q) irrumpen a través de los dispositivos de pantalla en j, o sea, en el caso del dolor. El dolor produce en y: 1) un gran aumento del nivel [de cantidad], que es sentido como displacer por W: 2) una tendencia a la descarga, que puede estar modificada en determinados sentidos; 3) una facilitación entre esta tendencia a la descarga y una imagen mnemónica del objeto algógeno. Además, es indudable que el dolor posee una cualidad especial que se manifiesta paralelamente al displacer.
Si la imagen mnemónica del objeto (hostil) [es decir, algógeno] es recatectizada por un motivo cualquiera (por ejemplo, por nuevas percepciones), surge un estado que no es el del dolor, pero que guarda con él cierta semejanza. Este estado incluye el displacer y la tendencia a la descarga que corresponde a la vivencia de dolor. Dado que el displacer significa un aumento del nivel [de cantidad], surge la cuestión de origen de esta cantidad (Qh). En la vivencia del dolor propiamente dicha, era la cantidad exterior (Q) irrumpiente la que elevaba el nivel en y. En su reproducción -en el afecto- la única cantidad (Qh) que se le agrega es la cantidad [Q] que catectiza el recuerdo, siendo evidente que ésta es de la misma índole que cualquier otra percepción y que no puede resultar, pues, en un aumento general de cantidad (Qh).
Nos vemos obligados a admitir así que la catectización de los recuerdos desencadena displacer en el interior del cuerpo, o sea, que hace surgir nuevas cantidades de displacer. El mecanismo de este desencadenamiento sólo cabe imaginarlo de la siguiente manera. Tal como existen neuronas motrices que en presencia de cierto grado de repleción conducen cantidades (Qh) hacia los músculos, descargándolas, deben existir también neuronas «secretoras» que al ser excitadas causan en el interior del cuerpo la generación de algo que actúa como estímulo sobre las vías endógenas de conducción hacia y, o sea, que influyen sobre la producción de cantidades endógenas (Qh) y, en consecuencia, no descargan cantidad (Qh), sino que la aportan por vías indirectas. A estas neuronas secretoras las llamaremos «neuronasllave». Es evidente que sólo son excitadas a partir de cierto nivel en y. Merced a la vivencia dolorosa se establece una excelente facilitación entre la imagen mnemónica del objeto hostil y estas neuronasllave, en virtud de la cual se libera entonces displacer en el afecto.
Esta hipótesis tan desconcertantes pero indispensable, es confirmada en cierta manera por lo que ocurre en la liberación de impulsos sexuales. Al mismo tiempo se nos impone la presunción de que los estímulos endógenos estarían constituidos en ambos casos por productos químicos cuyo número y variedad bien puede ser considerable. Dado que la liberación de displacer puede ser extraordinariamente grande, aun frente a una minúscula catexia del recuerdo hostil, es dable concluir que el dolor deja tras de sí facilitaciones particularmente abundantes y extensas. Es en este conexo cómo llegamos a presumir que la facilitación depende totalmente de la [magnitud de la] cantidad [Qh] alcanzada, de modo que el efecto facilitante de 3Qh puede ser mucho mayor que el de 3 x Qh[Qh repetida tres veces].
14) Afectos y estados desiderativos
Los residuos de los dos tipos de vivencias [de satisfacción y de dolor] que acabamos de considerar son los afectos y los estados desiderativos, que tienen en común el hecho de entrañar un aumento de la tensión cuantitativa en y, producido en el afecto por un desprendimiento repentino, y en el deseo, por sumación. Ambos estados tienen la mayor importancia para el pasaje de cantidad en y, dado que dejan tras de sí motivaciones de tipo convulsivo en favor de dicho pasaje. El estado desiderativo produce algo así como una atracción positiva hacia el objeto deseado, o, más bien, hacia su imagen mnemónica, mientras que de la vivencia dolorosa resulta una repulsión, una aversión a mantener catectizada la imagen mnemónica hostil. He aquí, pues, la atracción desiderativa primaria y la defensa [rechazo] primaria. La atracción desiderativa se explica fácilmente admitiendo que la catexia del recuerdo amable en el estado de deseo supera ampliamente en cantidad (Qh) a la catexia en el caso de la simple percepción, de modo que en el primer caso existe una facilitación particularmente buena entre el núcleo y y la correspondiente neurona del pallium.
Más difícil de explicar es la defensa [rechazo] primaria o represión, es decir, el hecho de que una imagen mnemónica hostil sea abandonada lo más rápidamente posible por la catexia. Sin embargo, su explicación bien podría residir en el hecho de que las vivencias dolorosas primarias fueron resueltas y terminadas por una defensa refleja. La emergencia de otro objeto, en lugar del hostil, actuó entonces como señal de que la vivencia dolorosa había terminado; ahora el sistema y, aprendiendo por su experiencia biológica, trata de reproducir el estado en y que indicó otrora el cese del dolor. Con la expresión aprender por la experiencia biológica acabamos de introducir una nueva base de explicación que habrá de gravitar por sí sola, aunque al mismo tiempo no excluye. sino que requiere, la reducción a principios mecánicos. es decir. a factores cuantitativos. En el caso que estamos considerando, bien podría ser el aumento de cantidad (Qh), producido invariablemente cada vez que se catectizan recuerdos hostiles, el que impulsa forzosamente a una intensificación de la actividad de descarga y con ello al drenaje [de cantidad] también de los recuerdos.
15) Introducción [del concepto] del «Yo»
Con nuestra hipótesis de la atracción desiderativa y de la tendencia a la represión ya nos hemos referido de hecho a un estado de y no considerado todavía, pues estos dos procesos indican que en y se ha establecido una organización cuya presencia dificulta pasajes [de cantidad] que al ocurrir por primera vez se realizaron de una manera determinada [es decir, que fueron acompañados por satisfacción o por dolor. I.]. Esta organización se denomina el yo. Resulta fácil imaginarla si consideramos que la recepción regularmente repetida de cantidades endógenas [Qh] por determinadas neuronas (del núcleo) y la consiguiente acción facilitante emanada de esa recepción repetida, darán por resultado un grupo de neuronas que retiene una catexia constante [véase parágrafo 10], o sea, que corresponde al portador de la reserva [de cantidad] que, según vimos, se deduce perentoriamente de la función secundaria. El yo debe ser definido, pues, como la totalidad de las catexias y existentes en un momento dado, siendo necesario distinguir en ellas una porción permanente y otra variable. Resulta fácil comprender que las facilitaciones entre neuronas y también forman parte del dominio del yo, ya que representan otras tantas posibilidades de determinar la extensión que de momento en momento habrá de tener el yo cambiante.
Aunque este yo debe tender por fuerza a librarse de sus catexias por la vía de la satisfacción, no consigue hacerlo de otra manera, sino determinando la repetición de vivencias de dolor y de afectos, proceso que debe cumplir por la siguiente vía, que en términos generales se califica como la de la inhibición. Una cantidad (Qh) que irrumpa desde cualquier parte en una neurona se propagará a través de la barrera de contacto que esté más facilitada y dará lugar a una corriente dirigida en dicho sentido. Expresándolo más claramente: la corriente de cantidad (Qh) se distribuirá hacia las distintas barreras de contacto en proporción inversa a sus respectivas resistencias, y cuando una fracción [de cantidad] incida sobre una barrera de contacto cuya resistencia sea superior a aquélla, no pasará prácticamente nada a través de ésta. Es fácil que tal distribución sea distinta para cada magnitud de cantidad (Qh) que se halle en la neurona, ya que en tal caso podrán formarse fracciones que excedan los umbrales de otras barreras de contacto. Así, el curso adoptado dependerá de las cantidades (Qh) y de las intensidades relativas de las facilitaciones.
Hemos llegado a conocer, empero, un tercer factor poderoso. Si una neurona adyacente está catectizada simultáneamente, ello actúa como una facilitación transitoria de las barreras de contacto entre ambas neuronas, modificando así el curso [de la corriente], que de otro modo habría seguido la dirección de la única barrera de contacto facilitada. Así, pues, una catexia colateral actúa como inhibición para el pasaje de cantidad (Qh). Imaginemos el yo como una red de neuronas catectizadas y bien facilitadas entre sí: aproximadamente así
En tal caso, una cantidad (Qh) que, habiendo penetrado desde el exterior (j) en [la neurona] a, hubiese seguido la neurona b en caso de no ser influida, es ahora influida de tal modo por la catexia colateral a, en [la neurona] a, que sólo cederá una fracción [de cantidad] a b, o quizá ni siquiera llegue a esta [neurona] b. En otros términos, cuando existe un yo, por fuerza debe inhibir los procesos psíquicos primarios.
Tal inhibición, empero, representa una decidida ventaja para y. Supongamos que a sea un recuerdo hostil y b una neurona-llave para el displacer: en tal caso la evocación de a tendrá por efecto primario una liberación de displacer, que quizá sea superflua y que en todo caso lo es cuando se despliega en plena magnitud. Pero existiendo la acción inhibidora de a, el desencadenamiento de displacer quedará muy reducido, y al sistema neuronal se le habrá evitado, sin sufrir ningún otro daño, el desarrollo y la descarga de cantidad. Ahora podemos imaginarnos fácilmente que el yo, con la ayuda de un mecanismo que llama su atención sobre la inminente recatectización de la imagen mnemónica hostil, sea capaz de llegar a inhibir el pasaje [de cantidad] desde la imagen mnemónica hacia el desencadenamiento del displacer, por medio de una copiosa catexia colateral que pueda ser reforzada de acuerdo con las necesidades. Más aún: si admitimos que el desencadenamiento displacentero inicial [de cantidad Qh] sea recibido por el propio yo, tendremos en este mismo [desencadenamiento] la fuente de la cantidad que la catexia colateral inhibidora exige del yo. La defensa [rechazo] primaria será entonces tanto más poderosa cuanto más intenso sea el displacer.
16) El proceso primario y el proceso secundario en y
De lo que hasta aquí hemos expuesto se desprende que existen dos situaciones en las cuales el yo en j (que en cuanto a sus tendencias podemos considerar como la totalidad del sistema nervioso) está expuesto a caer, ante procesos no influidos en y, en un estado inerme y a sufrir el daño consiguiente. La primera de estas situaciones se da cuando el yo, encontrándose en estado de deseo, recatectiza de nuevo el recuerdo del objeto y pone luego en función el proceso de descarga, no pudiéndose alcanzar entonces la satisfacción, porque el objeto no existe en la realidad, sino sólo como un pensamiento imaginario. En un principio, y es incapaz de establecer esta distinción, pues sólo puede operar sobre la base de la secuencia de estados análogos entre sus neuronas [es decir, sobre la base de su experiencia previa de que la catectización del objeto fue seguida por satisfacción. I.]. Así, necesita disponer de un criterio venido de otra parte para distinguir entre la percepción y la representación [idea]. En segundo lugar, y necesita un signo que dirija su atención a la recatectización de la imagen mnemónica hostil y que le permita prevenir, por medio de catexias colaterales, el consiguiente desencadenamiento de displacer. Si y es capaz de efectuar esta inhibición a tiempo tanto el desprendimiento de displacer como la defensa consiguiente serán leves, mientras que en caso contrario se producirá un displacer enorme y una excesiva defensa primaria.
Tanto la catexia desiderativa como el desprendimiento de displacer, cuando se produce la recatectización del recuerdo respectivo, pueden ser biológicamente perjudiciales. La catexia desiderativa siempre lo es cuando sobrepasa determinada medida y favorece con ello la descarga, mientras que el desencadenamiento de displacer, siempre lo es, por lo menos cuando la catexia de la imagen mnemónica hostil emana (por asociación) de y mismo y no del mundo exterior. También en este caso se necesita, pues, un signo que permita distinguir la percepción del recuerdo (representación). Ahora bien: probablemente sean las neuronas perceptivas las que suministran este signo, el signo de realidad. Ante cada percepción exterior se produce en W una excitación cualitativa que en un principio carece, empero, de toda importancia para y. Es preciso agregar, pues, que la excitación perceptual conduce a una descarga perceptual y que de ésta (como de todo otro tipo de descarga) llega una noticia a y. Es esta noticia de una descarga procedente de W (w) la que constituye el signo de cualidad o de realidad para y. Si el objeto deseado es catectizado copiosamente, al punto de ser alucinatoriamente activado, también dará lugar al mismo signo de descarga o de realidad que comúnmente sigue a la percepción exterior.
En este caso fracasará, pues, el criterio [de diferenciación]. Pero si la catexis desiderativa se realiza bajo inhibición, como podrá ocurrir si el yo está patentizado, cabe concebir el caso cuantitativo de que la catexis desiderativa no sea la suficientemente intensa como para producir un signo de cualidad, mientras que la [correspondiente] percepción exterior lo habría producido. En este caso, pues, el criterio conserva su valor. La diferencia entre estos dos casos radica en el hecho de que, mientras el signo de cualidad derivado del exterior aparece siempre, cualquiera que sea la intensidad de la catexia, el derivado de y sólo se da en presencia de intensidades elevadas. Por consiguiente, es la inhibición por el «yo» la que facilita un criterio para la diferenciación entre la percepción y el recuerdo. La experiencia biológica enseñará entonces a no iniciar la descarga mientras no haya llegado el signo de realidad y a no impulsar con tal fin, por encima de una determinada medida, la catexia de los recuerdos deseados.
Por otro lado, la excitación de las neuronas perceptivas también puede servir para proteger el sistema y en el segundo de los casos previstos, es decir, al dirigir la atención de y hacia la presencia o la ausencia de una percepción. Con tal fin debemos aceptar que las neuronas perceptivas (wN) poseían originalmente una conexión anatómica con las vías procedentes de los distintos órganos sensoriales y que su descarga volvió a ser dirigida hacia los aparatos motores pertenecientes a esos mismos órganos sensoriales. En tal caso la noticia de esta última descarga (o sea la noticia de la atención refleja) actuará para y como una señal biológica de que debe enviar una cantidad de catexia hacia las mismas direcciones. Resumiendo: en presencia de inhibición por un yo catectizado, los signos de descarga w sirven, en términos muy generales, como signos de realidad que y aprende a aprovechar por experiencia biológica. Si el yo se encuentra en estado de tensión desiderativa en el momento en que surge tal signo de realidad, hará que la descarga se dirija en el sentido de la acción especifica. Si el signo de realidad coincide con un aumento del displacer, y producirá una defensa de magnitud normal, merced a una catexia colateral adecuadamente grande y situada en el lugar indicado. Si no ocurre ninguna de estas dos circunstancias les decir, si no existe un estado desiderativo ni un aumento del displacer en el momento en que se recibe un signo de realidad. I.], la catexia podrá desarrollarse sin impedimento alguno y de acuerdo con las condiciones en que se encuentren las facilitaciones. La catexia desiderativa, llevada hasta el punto de la alucinación, y el desencadenamiento total de displacer, que implica un despliegue completo de la defensa, los consideramos como procesos psíquicos primarios. En cambio, aquellos procesos que sólo son posibilitados por una buena catexia del yo y que representan versiones atenuadas de dichos procesos primarios, los denominamos procesos psíquicos secundarios. Se advertirá que la precondición ineludible de estos últimos es una correcta utilización de los signos de realidad, que a su vez sólo es posible si existe una inhibición por parte del yo .
17) El pensamiento cognoscitivo y el pensamiento reproductivo
Hemos adelantado, pues, la hipótesis de que, en el curso del proceso desiderativo, la inhibición por parte del yo lleva a una moderación de la catexia del objeto deseado, que permite reconocer a ese objeto como no real. Continuemos ahora nuestro análisis de este proceso, y advertiremos que puede darse más de una posibilidad. Supongamos, como primer caso, que la catectización desiderativa de la imagen mnemónica sea acompañada por la percepción simultánea de la misma [es decir, por la percepción del propio objeto al que se refiere el recuerdo. I.]. En tal caso las dos catexias se superpondrán (situación que no es biológicamente aprovechable); pero al mismo tiempo surge de w un signo de realidad que, como la experiencia lo demuestra, lleva a una descarga eficaz. Así, este caso queda resuelto fácilmente. En el segundo caso existe una catexia desiderativa y, concomitantemente, una percepción; pero ésta no concuerda por completo con aquélla sino sólo en parte. Es oportuno recordar, en efecto, que las catexias perceptivas nunca son catexias de neuronas únicas, sino siempre de complejos [de neuronas]. Hasta ahora hemos podido pasar por alto esta característica; pero ha llegado el momento de tomarla en cuenta. Supongamos que la catexia desiderativa afecte, para expresarlo en términos muy generales, neurona a + neurona b, mientras que las catexias perceptivas estén fijadas a neurona a + neurona c. Siendo éste el caso más común -más común, por lo menos, que el de la identidad-, merece una consideración particular. También aquí la experiencia biológica enseña que es arriesgado iniciar la descarga mientras los signos de realidad no hayan confirmado la totalidad del complejo, sino sólo una parte del mismo. Ahora, empero, se encuentra un método para perfeccionar la similitud, convirtiéndola en identidad.
Comparando este complejo W [perceptivo] con otros complejos W, se puede descomponerlos en dos porciones: el primero, que por lo general permanece constante, es precisamente esa neurona a, y el segundo es la neurona b, habitualmente variable. El lenguaje establecerá más tarde, para denominar este proceso de análisis, el término juicio, descubriendo al mismo tiempo la semejanza que realmente existe, por un lado, entre el núcleo del yo y la porción constante del complejo perceptual, y por el otro, entre las catexias cambiantes del pallium y la porción inconstante del complejo perceptual; además, el lenguaje calificará la neurona a como «la cosa», y la neurona b, como su actividad o atributo; en suma, como su predicado. Así, la judicación es un proceso y que sólo se torna posible merced a la inhibición ejercida por el yo y que es provocarlo por la desemejanza entre la catexia desiderativa de un recuerdo y una catexia perceptiva que le sea similar. De esto se desprende que la coincidencia de estas dos catexias habrá de convertirse en una señal biológica para poner fin a la actividad del pensamiento [al acto cogitativo. T.] e iniciar la descarga . Al no coincidir las dos catexias surge el impulso a la actividad del pensamiento, que volverá a interrumpirse cuando coincidan.
Es posible proseguir el análisis de este proceso. Si la neurona a coincide [interviene tanto en la catexia desiderativa como en la perceptiva.I.], pero en lugar de la neurona b es percibida la neurona c, entonces la actividad del yo seguirá las conexiones de esta neurona c y hará surgir nuevas catexias a lo largo de estas conexiones mediante el flujo de cantidad, hasta que finalmente se abra un acceso a la neurona b faltante. Por regla general, aparece una imagen motriz intercalada entre las neuronas c y b, y al ser reactivada esta imagen por la realización efectiva de un movimiento, quedará establecida la percepción de la neurona b y, con ello, la identidad perseguida. Supongamos, por ejemplo [para tomar el caso del lactante. I.], que la imagen mnemónica deseada sea la del pecho materno con el pezón, visto de frente, pero que la primera percepción real obtenida de dicho objeto haya sido una visión lateral, sin el pezón. La memoria del niño contendrá entonces una experiencia adquirida casualmente al mamar, según la cual la imagen frontal se convierte en una imagen lateral cuando se realiza un determinado movimiento cefálico. La imagen lateral percibida ahora lo conduce al movimiento de la cabeza, y una prueba le demostrará que éste debe efectuarse en sentido inverso, a fin de obtener la percepción de la imagen frontal.
En este ejemplo aún no interviene en gran manera el juicio, pero representa una de las posibilidades de llegar, mediante la reproducción de las catexias, a una acción que ya pertenece al sector accidental de la acción específica. No cabe duda de que el elemento subyacente a esta migración a lo largo de las neuronas facilitadas es cantidad (Qh) procedente del yo catectizado y que dicha migración no es reñida por las facilitaciones, sino por un fin. ¿Cuál es entonces este fin y cómo puede ser alcanzado? El fin es retornar a la neurona b, faltante, y suscitar la sensación de identidad, es decir, el momento en el cual sólo se encuentra catectizada la neurona b y la catexia migratoria está a punto de desembocar en ella. Dicho fin se alcanza desplazando experimentalmente la cantidad (Qh) por todas las vías [posibles], y es claro que para tal propósito será necesario emplear una cantidad, ora mayor, ora menor, de catexia colateral, según que se pueda aprovechar las facilitaciones preexistentes o que sea necesario contrarrestarlas. La lucha entre las facilitaciones fijas y las catexias fluctuantes caracteriza el proceso secundario del pensamiento reproductivo, en contraste con la serie primaria de asociaciones.
¿Qué es lo que dirige el curso de esta migración? El hecho de que el recuerdo de la representación desiderativa se mantiene catectizado durante todo el tiempo en que la cadena asociativa es perseguida desde la neurona c. Como ya sabemos, gracias a esta catectización de la neurona b todas sus eventuales conexiones se tornarán, a su vez, más facilitadas y accesibles. En el curso de esta migración puede suceder que una cantidad (Qh) tropiece con un recuerdo relacionado con una vivencia dolorosa, provocando así un desencadenamiento de displacer. Dado que esto significa un signo seguro de que la neurona b no puede ser alcanzada por dicho camino, la corriente se apartará inmediatamente de la catexia en cuestión. No obstante, las vías displacenteras conservan todo su valor como orientadoras de la corriente de reproducción.
18) Memoria y juicio
El pensamiento reproductivo tiene, pues, un propósito práctico y un fin biológicamente establecido, a saber: volver a dirigir hacia la catexia neuronal faltante una cantidad (Qh) que se halla emigrando desde la percepción sobrante. En tales condiciones se alcanza la identidad y, al mismo tiempo, el derecho a la descarga, siempre que aparezca además el signo de realidad desde la neurona b. Pero el proceso también puede independizarse de este último fin [o sea, de la descarga], tendiendo únicamente a la identidad. En tal caso nos encontraremos ante un puro acto cogitativo [de pensamiento], pero que, en todo caso, más tarde podrá ser prácticamente aprovechado. Además, en estas condiciones el yo catectizado se conduce de manera exactamente igual. Abordemos ahora una tercera posibilidad que puede darse en el estado desiderativo [para las dos primeras, véase antes parágrafo 16]: la de que en presencia de una catexia desiderativa pueda surgir una percepción que no coincida en ninguna forma con la imagen mnemónica deseada (que llamaremos Mem +). En tal caso surgirá un interés por (re)conocer esta imagen perceptiva, de modo que quizá se logre encontrar, a pesar de todo, un camino que conduzca desde aquélla hacia Mem +. Es de suponer que con este fin [toda] la percepción sea hipercatectizada asimismo desde el yo, como en el caso anterior lo fue únicamente el elemento neuronal c. Si la percepción no es absolutamente nueva, hará recordar y evocará ahora el recuerdo de alguna percepción con la cual coincida por lo menos en parte.
El proceso cogitativo que ya hemos descrito será repetido entonces frente a esta imagen mnemónica, aunque ahora lo será, en cierto modo, sin el fin que antes le ofreció la representación desiderativa catectizada. En las medidas en que las catexias coinciden, no dan motivo a la actividad cogitativa. Pero las porciones discrepantes, en cambio, «despiertan el interés» y pueden dar lugar a dos clases de actividad cogitativa. O bien la corriente se dirigirá a los recuerdos evocados y pondrá en función una actividad mnemónica errátil (que será dirigida, pues, por las diferencias y no por las semejanzas), o bien permanecerá concentrada en las porciones recién surgidas [de la percepción], poniendo entonces en función una actividad judicativa igualmente errátil. Supongamos que el objeto presentado por la percepción sea similar al propio sujeto [percipiente]: que sea, en efecto, un semejante.
En tal caso, el interés teórico que se le dedica queda explicado también por el hecho de que un objeto semejante fue, al mismo tiempo, su primer objeto satisfaciente, su primer objeto hostil y también su única fuerza auxiliar. De ahí que sea en sus semejantes donde el ser humano aprende por primera vez a (re)conocer. Los complejos perceptivos emanados de estos sus semejantes serán entonces en parte nuevos e incomparables, como, por ejemplo, sus rasgos, en la esfera visual: pero otras percepciones visuales (los movimientos de sus manos, por ejemplo) coincidirán en el sujeto con su propio recuerdo de impresiones visuales muy similares emanadas del propio cuerpo, recuerdos con los cuales se hallarán asociados otros recuerdos de movimientos experimentados por él mismo. Igualmente ocurrirá con otras percepciones del objeto; así, por ejemplo, cuando éste emita un grito, evocará el recuerdo del propio grito del sujeto, y con ello el de sus propias vivencias dolorosas. De tal manera, el complejo del semejante se divide en dos porciones, una de las cuales da la impresión de ser una estructura constante que persiste coherente como una cosa, mientras que la otra puede ser comprendida por medio de la actividad de la memoria, es decir, reducida a una información sobre el propio cuerpo del sujeto .
Este proceso de analizar un complejo perceptivo se llama (re)conocerlo; implica un juicio y llega a su término una vez alcanzado este último fin. Como se advierte, el juicio no es una función primaria, sino que presupone la catexia de la porción dispar [no coincidente] del complejo a partir del yo. En un principio el juicio no tiene ninguna finalidad práctica, y parecería que en el curso del enjuiciamiento fuese descargada la catexia de los elementos dispares [del complejo], pues ello explicaría por qué las actividades, los «predicados», tienen sólo una frágil vía de conexión con el elemento «sujeto» del complejo. [Véase la tercera parte de este Proyecto]. Estas consideraciones podrían inducirnos a profundizar el análisis del acto judicativo; pero con ello nos apartaríamos de nuestro tema actual. Conformémosnos, pues, con dejar bien establecido que es el primitivo interés en establecer la situación de satisfacción el que lleva en un caso a la reflexión reproductiva y en el otro a la judicación, como medios para llegar, desde la situación perceptual dada en la realidad, a la situación que es deseada. En todo esto sigue siendo una condición ineludible que los procesos y no transcurran libres de toda inhibición, sino sometidos a la actividad del yo. con ello quedaría demostrado el sentido eminentemente práctico de toda actividad cogitativa.
19) Pensamiento y realidad
Así, el fin y el término de todos los procesos cogitativos es el establecimiento de un estado de identidad, el traspaso de una cantidad de catexia (Qh) emanada del exterior a una neurona catectizada desde el yo. El pensamiento cognoscitivo o judicativo persigue una identidad con una catexia corporal, mientras que el pensamiento reproductivo persigue una identidad con una catexia psíquica (con una vivencia propia del sujeto). El pensamiento judicativo opera con anticipación al reproductivo, ofreciéndole facilitaciones ya listas para el ulterior tránsito asociativo. Si una vez concluido el acto cogitativo se le agrega a la percepción el signo de realidad, entonces se habrá alcanzado un juicio de realidad, una creencia, llegándose con ello al objetivo de toda esa actividad. En lo que se refiere al juicio, cabe agregar todavía que su condición es, evidentemente, la presencia de experiencias somáticas, sensaciones e imágenes motrices en el propio sujeto. Mientras falten estos elementos, la porción variable del complejo perceptivo no podrá llegar a ser comprendida, es decir, podrá ser reproducida, pero no establecerá orientación alguna para nuevas vías de pensamiento. Así, por ejemplo -hecho que tendrá importancia más adelante [en la segunda parte]-, ninguna experiencia sexual podrá producir efecto alguno mientras el sujeto no haya tenido sensaciones sexuales, es decir, en términos generales, antes del comienzo de la pubertad.
El juicio primario parece presuponer un menor grado de influencia por el yo catectizado que los actos reproductivos de pensamiento. Aunque [por lo general] se trata entonces de una asociación que es perseguida a través de una coincidencia parcial [entre la catexia desiderativa y la catexia perceptiva.I.], sin ser modificada en absoluto, también existen casos en los cuales el proceso asociativo del juicio se lleva a cabo con plena corriente de cantidad. La percepción equivaldría aproximadamente a un objeto nuclear más una imagen motriz. Mientras se percibe W, se imita los movimientos mismos, es decir, se inerva la propia imagen motriz (que ha sido suscitada por la coincidencia con la percepción), en grado tal que realmente se llega a efectuar el movimiento. Puede hablarse así de que una percepción tiene un valor imitativo. O bien la percepción evoca la imagen mnemónica de una propia sensación dolorosa, de modo que se siente entonces el displacer correspondiente y se repiten los movimientos defensivos adecuados. He aquí el valor conmiserativo de una percepción. No hay duda de que estos dos casos nos presentan el proceso primario actuando en el juicio; podemos admitir que toda judicación secundaria surgió por atenuación de esos procesos puramente asociativos. Así, el juicio, que más tarde se convertirá en un medio de (re) conocimiento de un objeto que quizá tenga importancia práctica, es en su origen un proceso de asociación entre catexias que llegan desde el exterior y catexias derivadas del propio cuerpo: una identificación entre noticias o catexias procedentes de j y del interior. Quizá no sea errado suponer que el enjuiciamiento también indica la manera en que cantidades (Q) procedentes de j pueden ser transmitidas y descargadas. Lo que llamamos las cosas son residuos que se han sustraído al juicio.
El ejemplo del juicio nos ofrece un primer indicio de las discrepancias cuantitativas que es preciso estatuir entre el pensamiento y el proceso primario. Es lícito suponer que en el acto del pensamiento parte de y una tenue corriente de inervación motriz, pero, naturalmente, sólo si en el curso de dicho acto se ha inervado una neurona motriz o una neurona-llave [es decir, secretora]. Con todo, sería equivocado considerar esta descarga como el propio proceso cogitativo, del cual no es más que un efecto accesorio y no intencionado. El proceso cogitativo consiste en la catectización de neurona y con alteración de las facilitaciones obligadas [previas] por una catectización colateral desde el yo. Desde un punto de vista mecánico es comprensible que en dicho proceso sólo una parte de la cantidad (Qh) pueda seguir las facilitaciones y que la magnitud de esta parte sea constantemente regulada por las catexias. Pero no es menos evidente que con ello se economiza, al mismo tiempo, cantidad (Qh) suficiente para hacer que la reproducción sea provechosa. De otro modo, toda la cantidad (Qh) que se necesitará para la descarga final sería gastada durante su pasaje en los puntos de salida motriz. Así, el proceso secundario es una repetición del primitivo curso [de excitación] en y, pero en un nivel atenuado y con cantidades menores.
¡Con cantidades (Qh) menores aún -se podrá objetar aquí- que las que normalmente corren por las neuronas! ¿Cómo es posible abrir a cantidades tan pequeñas (Qh) las vías que sólo son transitabas para cantidades mayores que las que y recibe habitualmente? La única respuesta posible es que esto debe ser una consecuencia mecánica de las catexias colaterales. Tendremos que encontrar condiciones tales que en presencia de una catexia colateral puedan pasar cantidades pequeñas (Qh) por facilitaciones que de otro modo únicamente habrían sido viables para cantidades grandes. La catexia colateral liga, por así decirlo cierta magnitud de la cantidad (Qh) que corre por la neurona. El pensamiento debe satisfacer también otra condición: no habrá de alterar sustancialmente las facilitaciones establecidas por los procesos primarios, pues si lo hiciera falsearía las trazas de la realidad. Respecto a esta condición, baste observar que la facilitación probablemente sea el resultado de un pasaje único de una cantidad considerable y que la catexia, por más poderosa que sea en el momento, no deja tras de sí un efecto de comparable duración. Las pequeñas cantidades (Q) que pasan en el curso del pensamiento no pueden, en general, superar las facilitaciones. Sin embargo, no cabe duda de que el proceso cogitativo deja tras de sí trazas permanentes, dado que el siguiente repensar demanda un esfuerzo mucho menor que el primer pensar. Por tanto, a fin de que la realidad no sea falseada, deben existir trazas especiales -verdaderos signos de los procesos cogitativo- que constituyen una «memoria cogitativa»: algo que hasta ahora no es posible formular. Más adelante veremos de qué manera las trazas de los procesos cogitativos se diferencian de las que deja la realidad .
20) Procesos primarios: el dormir y el sueño
Plantéase ahora el problema de cuáles son los medios cuantitativos que sostienen el proceso primario y. En el caso de la vivencia de dolor, trátase evidentemente de la cantidad (Q) que irrumpe desde el exterior; en el caso del afecto es la cantidad liberada por facilitación; en el proceso secundario del pensamiento reproductivo, es evidente que una cantidad mayor o menor (Qh) puede ser transferida desde el yo a la neurona c ; dicha cantidad puede ser calificada de interés cogitativo, siendo proporcional al interés afectivo, cuando éste es susceptible de desarrollarse. La cuestión es si existen procesos y de índole primaria para los cuales sea suficiente la cantidad (Qh) traída desde j, o si a la catexia j de una percepción se le agrega automáticamente un aporte de y (la atención), siendo sólo éste el que torna posible un proceso y. Esta alternativa habrá de quedar abierta a la posibilidad de ser resuelta por referencia a algunos hechos psicológicos particulares. Uno de estos hechos importantes es el de que los procesos primarios y, similares a los que han sido gradualmente suprimidos por la presión biológica en el curso de la evolución de y, vuelven a presentársenos diariamente durante el estado de dormir. Un segundo hecho de idéntica importancia es el de que los mecanismos patológicos, revelados por el más detenido análisis en las psiconeurosis, guardan la más estrecha analogía con los procesos oníricos. De esta comparación, que desarrollaremos más adelante, se desprenden las más decisivas conclusiones. [Véase también al final del parágrafo 20] .
Antes, empero, es preciso adaptar el hecho del dormir al conjunto de nuestra teoría. La precondición esencial del sueño es fácilmente reconocible en el niño. El niño duerme mientras no lo atormenta ninguna necesidad física o ningún estímulo exterior (por ejemplo, el hambre o las sensaciones de frío y humedad). Se duerme una vez que ha obtenido su satisfacción (en el pecho). Así, también el adulto se duerme con facilidad post coenam et coitum [después de la comida y del coito]. Por consiguiente, la condición previa del dormir es la caída de la carga endógena en el núcleo de y que torna innecesaria la función secundaria En el sueño, el individuo se encuentra en el estado ideal de inercia, libre de la acumulación de cantidad (Qh). En el estado de vigilia esta reserva se encuentra acumulada en el yo, y podemos admitir que es la descarga del yo la que condiciona y caracteriza el sueño. Con ello está dada, como se advierte al punto, la condición previa de los procesos psíquicos primarios. En el adulto no es seguro si el yo queda, al dormir, completamente libre de su carga. En todo caso, si embargo, retrae un sinnúmero de sus catexias, aunque al despertar éstas pueden ser restablecidas inmediatamente y sin esfuerzo alguno. Esto no contradice ninguna de nuestras presuposiciones, pero señala a nuestra atención el hecho de que debemos admitir que entre las neuronas bien intercomunicadas es preciso aceptar la existencia de corrientes que afectan el nivel total [de la catexia], como ocurre en los vasos comunicantes, aunque el nivel alcanzado en cada neurona en particular sólo debe ser proporcional y no necesariamente uniforme.
Las características del sueño revelan más de un hecho insospechado. El sueño se caracteriza por una parálisis motriz, una parálisis de la voluntad [véase abajo]. La voluntad es la descarga de toda la cantidad y (Qh) Al dormir, el tono espinal queda parcialmente relajado (es probable que la descarga motriz de s se manifieste en el tono); otras inervaciones persisten, junto con las fuentes de su excitación. Es sumamente interesante que el estado del dormir comience y sea provocado por la oclusión de aquellos órganos sensoriales que pueden ser cerrados. Al dormir no han de producirse percepciones; nada perturba más el sueño que la aparición de impresiones sensoriales, que la catectización de y desde j. Esto parecería indicar que durante la vigilia se dirige una catexia constante, aunque desplazable (es decir, una atención), hacia las neuronas del pallium que reciben percepciones desde j, siendo, pues, muy posible que los procesos primarios y se lleven a cabo con este aporte de y. (Queda por ver si las propias neuronas del pallium o las neuronas nucleares adyacentes ya se encuentran precatectizadas.) Si y retira estas catexias del pallium, las percepciones inciden sobre neuronas no catectizadas, no pasan de ser leves y quizá hasta sean incapaces de emitir desde las percepciones un signo de cualidad. Como ya hemos presumido, al vaciarse las neuronas perceptivas (wN), cesa asimismo una inervación de descarga que eleva la atención. También la explicación del enigma del hipnotismo podría arrancar de este punto. La aparente inexcitabilidad de los órganos sensoriales en dicha condición bien podría obedecer a tal retirada de la catexia de atención. Así, por medio de un mecanismo automático, que vendría a ser el símil opuesto del mecanismo de atención y, puede, mientras se encuentre incatectizado, excluir las impresiones de j. Lo más extraño empero, es que durante el dormir ocurran efectivamente procesos y: me refiero a los sueños, con sus múltiples características aún incomprendidas.
21) Análisis de los sueños

Los sueños exhiben todos los grados de transición hacia la vigilia y de combinación con los procesos y normales; no obstante, es fácil discernir lo que constituye su carácter onírico propiamente dicho.
1. Los sueños carecen de descarga motriz y, por lo general, también de elementos motores. En el sueño se está paralizado. La explicación más fácil de esta característica es la falta de precatexia espinal por cese de la descarga j. Dado que las neuronas no están catectizadas, la excitación motriz no puede superar las barreras. En otros estados oniroideos, el movimiento no está necesariamente excluido: no es ésta la característica esencial del sueño.
2. En los sueños, las conexiones son, en parte, contradictorias y, en parte, idióticas o aun absurdas, o extrañamente demenciales. Este último atributo se explica por el hecho de que en el sueño impera la compulsión asociativa que, sin duda, rige también primariamente en la vida psíquica en general. Parecería que dos catexias coexistentes necesariamente deben ponerse en mutua conexión. He podido reunir algunos ejemplos cómicos del predominio de esta compulsión en la vida vigil. (Por ejemplo, unos espectadores provincianos que se encontraban en el Parlamento francés durante un atentado llegaron a la conclusión de que cada vez que un diputado pronunciaba un buen discurso se le aplaudía... a tiros) .
Los otros dos atributos, que en realidad son idénticos, demuestran que una parte de las experiencias psíquicas del soñante han sido olvidadas. En efecto, todas aquellas experiencias biológicas que normalmente inhiben el proceso primario están olvidadas, y ello se debe a la insuficiente catexia del yo. El carácter insensato e ilógico de los sueños probablemente obedezca a este mismo hecho. Parecería que las catexias y que no han sido retiradas se nivelaran, en parte, de acuerdo con las facilitaciones más próximas y, en parte, según las catexias vecinas. Si la descarga del yo fuese completa, el dormir tendría que estar necesariamente libre de sueños.
3. Las ideas oníricas son de carácter alucinatorio, despiertan consciencia y hallan crédito. Esta es la característica más importante del dormir, una característica que se manifiesta al punto en las alternativas del duermevela: cerrados los ojos, se alucina, y apenas abiertos, se piensa en palabras. Existen varias explicaciones del carácter alucinatorio de las catexias oníricas. En primer lugar, podríase admitir que la corriente de j a la motilidad [en la vida vigil] habría impedido toda catectización retroactiva de las neuronas j desde y, y que al cesar dicha corriente y sería retroactivamente catectizada, dándose con ello las condiciones para la producción de cualidad. El único argumento contrario es el de que las neuronas j deberían encontrarse protegidas contra la catectización desde y por el hecho de estar descatectizadas, igual que ocurre con la motilidad. Es característico del dormir el que toda la situación se encuentre invertida: el dormir suspende la descarga motriz desde y y facilita la descarga retroactiva hacia j. Sería tentador atribuir aquí el papel determinante a la gran corriente de descarga que en la vigilia va de j a la motilidad. En segundo lugar, podríamos invocar la naturaleza del proceso primario, señalando que el recuerdo primario de una percepción es siempre una alucinación [véase abajo] y que sólo la inhibición por parte del yo nos ha enseñado a no catectizar nunca W de manera tal que pueda transferir [catexia] retroactivamente a j. Para hacer más admisible esta hipótesis podríase aducir que la conducción de j a y, es, en todo caso, más fácil que la de y a j, de modo que una catexia y de una neurona, aun cuando sea mucho más intensa que la catexia perceptiva de la misma neurona, no debe entrañar necesariamente una conducción retroactiva. Esta explicación es apoyada aun por el hecho de que, en el sueño, la vivacidad de la alucinación es directamente proporcional a la importancia (es decir, a la catexia cuantitativa) de la idea respectiva. Esto indicaría que es la cantidad (Q) la que condiciona la alucinación. Si en la vigilia llega una percepción desde j, la catexia de y (el interés) la torna más nítida, pero no más vivida, o sea, que no altera su carácter cuantitativo.
4. La finalidad y el sentido de los sueños (por lo menos de los normales) pueden ser establecidos con certeza. Los sueños son realizaciones de deseos, es decir, procesos primarios que siguen a experiencias de satisfacción; no son reconocidos como tales, simplemente por que la liberación de placer (la reproducción de las descargas placenteras) es escasa en ellos, pues en general se desarrollan casi sin afecto alguno (o sea, sin desencadenamiento motor). Es muy fácil demostrar, empero, que ésta es su verdadera índole. Justamente por esta razón me inclino a deducir que las catexias desiderativas primarias también deben haber sido de carácter alucinatorio.
5. Es notable cuán mala es la memoria de los sueños y cuán poco daño hacen los sueños, en comparación con otros procesos primarios. Sin embargo, esto se explica fácilmente por el hecho de que los sueños siguen en su mayor parte las viejas facilitaciones y no motivan por ello cambio alguno. Además, porque las vivencias y se mantienen apartadas de los sueños y porque, debido a la parálisis de la motilidad, no dejan tras de sí rastro alguno de descarga.
6. Por fin, también es interesante que, en el sueño, la consciencia suministre cualidad con la misma facilidad que en la vigilia. Esto demuestra que la consciencia no está retringida al yo, sino que puede agregarse a cualquier proceso y. Esto nos advierte contra una posible identificación de los procesos primarios con los procesos inconscientes. ¡He aquí dos consejos inapreciables para lo que ha de seguir! Si al recordar un sueño interrogamos a la consciencia en cuanto a su contenido, comprobaremos que el significado de los sueños como realizaciones de deseos se halla encubierto por una serie de procesos y, todos los cuales volveremos a encontrar en las neurosis, siendo allí característico de la índole patológica de dichos trastornos.
22) La consciencia del sueño

Nuestra consciencia de las ideas oníricas es, sobre todo, discontinua: no conscienciamos toda una cadena de asociaciones, sino sólo algunos de sus puntos, entre los cuales se encuentran eslabones intermedios inconscientes que podemos descubrir con facilidad una vez despiertos. Si nos detenemos a investigar las razones de estos «saltos», he aquí lo que encontramos. Supongamos que A sea una idea onírica conscienciada que lleva a B; en lugar de B, empero. aparece C en la consciencia, simplemente porque se encuentra en la vía que conduce de B a otra catexia D, simultáneamente presente. Así, se produce una desviación debida a una catexia simultánea de otra especie, que, además, no es consciente. De tal modo, C ha tomado el lugar de B, aunque B concuerda mejor con la concatenación de ideas: es decir con la realización del deseo.
Por ejemplo, [sueño que] O. le ha hecho a Irma una inyección de propil [A]. Luego, veo muy vívidamente ante mí «trimetilamina» y alucino su fórmula [C]. El pensamiento simultáneamente presente es el de que la enfermedad de Irma es de índole sexual [D]. Entre este pensamiento y el del propil hay una asociación [B] acerca de una conversación sobre el quimismo sexual con W. Fl. [Wilhelm Fliess], en cuyo curso me llamó especialmente la atención hacia la trimetilamina. Esta última idea se consciencia, entonces, merced al impulso desde ambas direcciones . Es muy curioso que no se consciencie también el eslabón intermedio (quimismo sexual [B]), ni la idea desviadora índole sexual de la enfermedad [D]), cosa que necesita ser explicada. Podríase suponer que las catexias de B o de D no son, por sí solas, suficientemente intensas para imponer la alucinación retroactiva, mientras que C, estando catectizada desde aquellas dos [ideas] podría conseguirlo. Sin embargo, en el ejemplo que acabo de dar, D (la índole sexual de la enfermedad) era, por cierto, tan intensa como A (la inyección de propil), y el derivado de estas dos (la fórmula química [C]) era enormemente vívido.
El problema de los eslabones intermedios inconsciente rige también para el pensamiento vigil, en el que hechos similares aparecen a diario. Lo que sigue siendo característico del sueño, empero, es la facilidad del desplazamiento de cantidad (Qh), y con ello, la manera en que B es sustituída por una [idea] C, cuantitativamente superior. Algo semejante ocurre, en general, con la realización de deseos en el sueño. No sucede, por ejemplo, que un deseo se torne consciente y que luego se alucine su realización, sólo esta última será consciente, mientras que el eslabón intermedio [el deseo] deberá ser inferido. No cabe duda de que ha sido saltado, sin tener oportunidad de elaborarse cualitativamente. Se comprende, sin embargo, que la catexia de la idea desiderativa nunca podrá ser más poderosa que el motivo que impele hacia ella. Así, el decurso psíquico en el sueño se lleva a cabo de acuerdo con la cantidad (Q); pero no es la cantidad (Q) la que decide qué habrá de ser conscienciado. De los procesos oníricos quizá podamos deducir todavía que la consciencia se origina en el curso de un pasaje de cantidad (Qh); es decir, que no es despertada por una catexia constante. Además, bien podemos suponer que una intensa corriente de cantidad [Qh] no es favorable a la génesis de la consciencia, dado que la conscienciación aparece vinculada más bien con el resultado del movimiento [neuronas o sea en cierto modo, con una persistencia más bien estática de la catexia. Es difícil hallar el camino a las verdaderas condiciones determinantes de la consciencia entre estas determinaciones mutuamente contradictorias. Además. para lograrlo también tendremos que tener en cuenta las condiciones en las cuales emerge la consciencia en el proceso secundario. La peculiaridad de la consciencia onírica. que acabamos de indicar. quizá se explique suponiendo que una corriente retroactiva de cantidad (Qh) hacia j es incompatible con una corriente más bien enérgica hacia las vías de asociación y. Los procesos conscientes de j, en cambio. parecen ser regidor por otras condiciones.



Segunda parte. Psicopatología 25-9-1895.

La primera parte de este Proyecto contiene todo lo que pude deducir, en cierto modo a priori, de su hipótesis básica. remodelándolo y corrigiéndolo de acuerdo con unas pocas experiencias objetivas. En esta segunda parte procuro determinar con mayor precisión este sistema erigido sobre dicha hipótesis básica, recurriendo para ello al análisis de ciertos procesos patológicos. En una tercera parte intentaré estructurar, fundándome en las dos anteriores, las características del suceder psíquico normal.
1) Psicopatología de la histeria
a) La compulsión histérica

Comenzaré por ocuparme de algunos fenómenos que se encuentran en la histeria, sin ser necesariamente privativos de la misma. A quienquiera que haya observado esta enfermedad le habrá llamado ante todo la atención el hecho de que los casos de histeria se encuentran sometidos a una compulsión ejercida por ideas hiperintensas. Así, por ejemplo, una idea puede surgir en la consciencia con una frecuencia particular, sin que lo justifique el curso de los hechos, o bien puede ocurrir que la activación de esta neurona sea acompañada por consecuencias psíquicas incomprensibles. La emergencia de la idea hiperintensa tiene resultados que, por una parte, no pueden ser suprimidos y, por la otra, no pueden ser comprendidos: desencadenamientos de afectos, inervaciones motrices, inhibiciones. El individuo no carece, en modo alguno, de endospección [insight] en cuanto al extraño carácter de la situación en que se encuentra preso. Las ideas hiperintensas también ocurren normalmente, siendo ellas las que confieren al yo su carácter peculiar. No nos sorprenden cuando conocemos su desarrollo genético (educación, experiencia) y sus motivaciones. Estamos acostumbrados a ver en ellas el resultado de poderosos y razonables motivos.
Las ideas hiperintensas histéricas, por el contrario, nos llaman la atención por su extravagancia: son representaciones que no producirían efecto alguno en otras personas y cuya importancia no atinamos a comprender. Nos parecen intrusas, usurpadoras y, en consecuencia, ridículas. Por consiguientes la compulsión histérica es: I) incomprensible; 2) refractaria a toda elaboración intelectual; 3) incongruente en su estructura. Existe una compulsión neurótica simple que puede ser confrontada con la histérica. Así, por ejemplo, supóngase que un hombre haya corrido peligro de muerte al caer de un coche y que desde entonces se sienta impedido de viajar en coche. Semejante compulsión es: I) comprensible, pues conocemos su origen: 2) congruente, pues la asociación con el peligro justifica la vinculación del viajar en coche con el miedo. Tampoco esta compulsión es, sin embargo, susceptible de ser resuelta por elaboración intelectual 2).
Mas dicha característica no puede ser considerada como absolutamente patológica, pues también nuestras ideas hiperintensas normales suelen ser insolubles por la reflexión. Estaríamos tentados de negar a la compulsión histérica todo carácter patológico, si la experiencia no nos demostrara que tal compulsión sólo persiste en una persona normal durante un breve espacio a partir de su causación, desintegrándose luego gradualmente. La persistencia de una compulsión es, pues, patológica y traduce una neurosis simple. Ahora bien: nuestros análisis demuestran que una compulsión histérica queda resuelta en cuanto es explicada; es decir, en cuanto se la torna comprensible. Así, estas dos características serían esencialmente una y la misma. En el curso del análisis también llegamos a conocer el proceso por el cual ha surgido la apariencia de absurdidad e incongruencia. El resultado del análisis es, en términos generales, el siguiente. Antes del análisis, A es una idea hiperintensa que irrumpe demasiado frecuentemente a la consciencia y que, cada vez que lo hace, provoca el llanto. El sujeto no sabe por qué A le hace llorar; considera que es absurdo, pero no puede impedirlo.
Después del análisis, se ha descubierto que existe una idea B, que con toda razón es motivo de llanto y que con toda razón se repite a menudo, mientras el sujeto no haya realizado contra ella cierta labor psíquica harto complicada. El efecto de B no es absurdo, le resulta comprensible al sujeto y aún puede ser combatido por él. B guarda cierta relación particular con A, pues alguna vez hubo una vivencia que consistía en B + A. En ella, A era sólo una circunstancia accesoria, mientras que B era perfectamente apta para causar dicho efecto permanente. La reproducción de este suceso en el recuerdo se lleva a cabo ahora como si A hubiese ocupado el lugar de B. A se ha convertido en un sustituto, en un símbolo de B. De ahí la incongruencia: A es acompañada de consecuencias que no parece merecer, que no se le adecuan. También normalmente tiene lugar la formación de símbolos. El soldado se sacrifica por un trapo de colores izado en una pértiga, porque éste ha llegado a ser para él el símbolo de la patria, y a nadie se le ocurriría considerarlo por eso neurótico. Pero el símbolo histérico funciona de distinta manera. El caballero que se bate por el guante de su dama sabe, en primer lugar, que el guante debe toda su importancia a la dama, y en segundo lugar, su veneración del guante no le impide en modo alguno, pensar también en la dama y rendirle servicio de otras maneras. El histérico que es presa del llanto a causa de A, en cambio, no se percata de que ello se debe a la asociación A-B, y B misma no desempeña el menor papel en su vida psíquica. Aquí, la cosa ha sido totalmente sustituida por el símbolo.
Esta afirmación es cierta en el más estricto sentido. Cada vez que desde el exterior o desde las asociaciones actúa un estímulo que debería, en propiedad, catectizar B, es evidente que en su lugar aparece A en la consciencia, al punto de que la naturaleza de B puede inferirse fácilmente de las motivaciones que tan extrañamente suscitan la emergencia de A. Cabe formular estas condiciones expresando que A es compasiva y que B está reprimida (por lo menos de la consciencia). El análisis ha llevado al sorprendente resultado de que a cada compulsión le corresponde una represión, que para cada irrupción excesiva a la consciencia existe una amnesia correspondiente. El término «hiperintenso» traduce características cuantitativas y es lógico suponer que la represión tenga el sentido cuantitativo de una sustracción de cantidad (Q); así, la suma de ambos [es decir, de la compulsión más la represión] equivaldría a lo normal. En tal caso, solo la distribución [de cantidad] estaría alterada. Algo se le ha agregado a A, que le ha sustraído a B. El proceso patológico es un proceso de desplazamiento, tal como hemos llegado a conocerlo en los sueños, o sea un proceso primario.
b) Génesis de la compulsión histérica.
Plantéanse ahora varias preguntas muy significativas. ¿En qué condiciones ocurre semejante formación patológica de un símbolo o (por otro lado) semejante represión? ¿Cuál es la fuerza impulsora que interviene? ¿En qué estado se encuentran las neuronas respectivas de la idea hiperintensa y de la idea reprimida? Nada habría que revelar en todo esto y nada se podría deducir de ello, si no fuese porque la experiencia clínica nos enseña dos hechos. Primero, que la represión afecta exclusivamente ideas que despiertan en el yo un afecto penoso (displacer); segundo, que dichas ideas pertenecen al dominio de la vida sexual. Podemos presumir sin vacilaciones que es ese afecto displacentero el que impone la represión, pues ya hemos admitido la existencia de una defensa primaria, que consistiría en la inversión de la corriente cogitativa apenas tropieza con una neurona cuya catexia desencadene displacer. Dicha presunción quedó justificada por dos observaciones: 1) una catexia neuronal de esta última especie no es, por cierto, la que puede convenir a la finalidad original del proceso cogitativo, o sea a establecer una situación y de satisfacción; 2) cuando una experiencia de dolor es terminada de manera refleja la percepción hostil queda reemplazada por otra. [Véase el final del parágrafo 13].
Sin embargo, podemos adquirir una convicción más directa acerca del papel desempeñado por los efectos defensivos. Si investigamos el estado en que se encuentra la [idea] B reprimida, comprobamos que es fácil hallarla y llevarla a la consciencia. Esto resulta sorprendente, pues bien podíamos haber supuesto que B realmente estaría olvidada y que no habría quedado en y el menor rastro mnemónico de la misma. Nada de eso: B es una imagen mnemónica como otra cualquiera; no está extinguida; pero si, como sucede habitualmente, B es un complejo de catexias, entonces se eleva una resistencia extraordinariamente poderosa y difícil de eliminar contra toda elaboración cogitativa de B. Es perfectamente lícito interpretar esta resistencia contra B como la medida de la compulsión ejercida por A, y también es dable concluir que la fuerza que antes reprimió B vuelve a actuar ahora en la resistencia. Al mismo tiempo, empero, averiguamos algo más. Hasta ahora, sólo sabíamos que B no podía tornarse consciente, pero nada sabíamos sobre la conducta de B frente a la catexia cogitativa. Pero ahora comprobamos que la resistencia se dirige contra toda elaboración cogitativa de B, aun cuando ésta haya llegado a ser parcialmente consciente. Así, en lugar de «excluida de la consciencia», podemos decir excluída del proceso cogitativo [de la elaboración intelectual. T.]. Por tanto, es un proceso defensivo emanado del «yo» catectizado el que conduce a la represión histérica, y con ello, a la compulsión histérica. En tal medida, el proceso parece diferenciarse de los procesos y primarios.
c) La defensa patológica.
Con todo, estamos lejos de haber hallado una solución. Como sabemos, el resultado de la represión histérica discrepa muy profundamente del que arroja la defensa normal, acerca de la que contamos con precisos conocimientos. Es un hecho de observación general el de que evitamos pensar en cosas que despiertan únicamente displacer y que lo conseguimos dirigiendo nuestros pensamientos a otras cosas. Sin embargo, aun cuando logremos que la idea B, intolerable, surja raramente en nuestra consciencia, merced a que la hemos mantenido lo más aislada posible, nunca logramos olvidarla en medida tal que alguna nueva percepción no nos la vuelva a recordar. Tampoco en la histeria es posible evitar semejante reactivación; la única diferencia radica en que [en la histeria] lo que se torna consciente -es decir, lo que es catectizado- es siempre A, en lugar de B. Por consiguiente, es esta inconmovible simbolización la que constituye aquella función que excede de la defensa normal.
La explicación más obvia de esta «función en exceso» consistiría en atribuirla a la mayor intensidad del afecto defensivo. La experiencia demuestra, sin embargo, que los recuerdos más penosos, que necesariamente deberían despertar el mayor displacer (recuerdos de remordimiento por malas acciones), no pueden ser reprimidos y reemplazados por símbolos. La existencia de una segunda precondición necesaria para la defensa patológica -la sexualidad- también sugiere que la explicación habría de ser buscada por otra parte. Es absolutamente imposible admitir que los afectos sexuales penosos superen tan ampliamente en intensidad a todos los demás afectos displacenteros. Debe existir algún otro atributo de las ideas sexuales para explicar por qué sólo ellas están expuestas a la represión. Cabe agregar aquí aún otra observación. Es evidente que la represión histérica tiene lugar con ayuda de la simbolización, del desplazamiento a otras neuronas. Podríase suponer ahora que el enigma radicase exclusivamente en el mecanismo de este desplazamiento y que la represión misma no estuviera necesitada de explicación alguna. Sin embargo, cuando lleguemos al análisis de la neurosis obsesiva, por ejemplo, ya veremos que en ella existe una represión sin simbolización; más aún: que la represión y la sustitución se encuentran allí separadas en el tiempo. Por consiguiente, el proceso de la represión sigue siendo la clave del enigma.
d) La [Proton Pseudos] histérica.
La prvton jedoz [Proton Pseudos] histérica.
Como hemos visto, la compulsión histérica se origina por un tipo particular de movimiento cuantitativo (simbolización) que probablemente sea un proceso primario dado que es fácil demostrar su intervención en el sueño. Vimos, además, que la fuerza impulsora de este proceso es la defensa por parte del yo, la cual, sin embargo, nada realiza en este caso que exceda de la función normal. Lo que necesitamos explicar es el hecho de que un proceso yoico pueda llevar a consecuencias que estamos habituados a encontrar únicamente en los procesos primarios. Tendremos que atenernos, pues a comprobar la intervención de condiciones psíquicas muy particulares. La observación clínica nos enseña que todo esto sólo ocurre en la esfera de la sexualidad, de modo que dichas condiciones psíquicas especiales quizá puedan ser explicadas derivándolas de las características naturales de la sexualidad. Ahora bien: realmente existe en la esfera sexual una constelación psíquica particular que bien podría ser aplicable para nuestros fines y que, conocida por nosotros empíricamente, será ilustrada ahora por medio de un ejemplo.
Emma se encuentra dominada por la compulsión de no poder entrar sola en una tienda. La explica con un recuerdo que data de los doce años (poco antes de su pubertad), cuando entró en una tienda para comprar algo y vio a los dos dependientes (a uno de los cuales recuerda) riéndose entre ellos, ante lo cual echó a correr presa de una especie de susto. En tal conexo se pudo evocar ciertos pensamientos en el sentido de que los dos sujetos se habrían reído de sus vestidos y de que uno de ellos le había agradado sexualmente. Tanto la relación de estos fragmentos entre sí como el efecto de la experiencia resultan incomprensibles. En caso de que hubiese sentido algún displacer porque se reían de sus vestidos, hace mucho que dicho afecto debería haberse corregido, por lo menos desde que viste como una dama. Además, nada cambia en sus vestidos el que entre en una tienda sola o acompañada. El hecho de que no necesita protección se desprende de que, como sucede en la agorafobia, ya la compañía de un niño pequeño basta para hacerla sentirse segura. Luego está el hecho, totalmente incongruente, de que uno de los hombres le gustó, tampoco esto sería modificado en lo mínimo por entrar en la tienda acompañada. Por consiguiente, los recuerdos evocados no explican ni el carácter compulsivo ni la determinación del síntoma.
Prosiguiendo la investigación se descubre un segundo recuerdo que, sin embargo, niega haber tenido presente en el momento de la escena I y cuya intervención tampoco es posible demostrar. Cuando contaba ocho años fue dos veces a una pastelería para comprarse unos confites, y en la primera de esas ocasiones el pastelero la pellizcó los genitales a través de los vestidos. A pesar de esa primera experiencia, volvió una segunda y última vez. Más tarde se reprochó haber retornado a la pastelería, como si con ello hubiese querido provocar el atentado. En efecto, su torturante «mala conciencia» pudo ser atribuida a dicha vivencia. Ahora atinamos a comprender la escena I (con los dependientes), combinándola con la escena Il (con el pastelero). Sólo necesitamos establecer el eslabón asociativo entre ambas. La propia paciente indica que dicho eslabón estaría dado por la risa. La risa de los dependientes le habría recordado la mueca sardónica con que el pastelero acompañó su atentado. Ahora podemos reconstruir todo este proceso de la siguiente manera. Los dos dependientes se ríen en la tienda, y esa risa le evoca (inconscientemente) el recuerdo del pastelero. La segunda situación tiene otro punto de similitud con la primera, pues una vez más se encuentra sola en una tienda. Junto con el pastelero, recuerda el pellizco a través de los vestidos; pero entre tanto ella se ha vuelto púber y el recuerdo despierta -cosa que sin duda no pudo hacer cuando ocurrió- un desencadenamiento sexual que se convierte en angustia. Esta angustia le hace temer que los dependientes puedan repetir el atentado, y se escapa corriendo.
Es evidente que aquí nos hallamos ante dos clases de procesos y que se intrican mutuamente y que el recuerdo de la escena II (con el pastelero) se produjo en un estado distinto al de la primera. El curso de los hechos podría representarse de la siguiente manera:
Las ideas representadas corresponden a percepciones que además fueron recordadas. El hecho de que el desencadenamiento sexual había ingresado en la consciencia es demostrado por la idea, incomprensible de otro modo, de que se sintió atraída por el dependiente que se reía. Su decisión de no permanecer en la tienda por miedo a un atentado era perfectamente lógica, teniendo en cuenta todos los elementos del proceso asociativo. Pero del proceso aquí representado nada entró en la consciencia salvo el elemento «vestidos», y el pensamiento conscientemente operante estableció dos conexiones falsas en el material respectivo (dependientes, risa, vestidos, atracción sexual); primero, que se reían de ella por sus vestidos, y segundo, que se había sentido sexualmente excitada por uno de los dependientes. El complejo en su totalidad (indicado por la línea de puntos) estaba representado en la conciencia por la sola idea de «vestidos»: a todas luces la más inocente. En este punto se había producido una represión acompañada de simbolización. El hecho de que la conclusión final -el síntoma- quedase construido con entera lógica, de modo que el símbolo no desempeña ningún papel en él, es en realidad una característica privativa de este caso.
Se podría considerar perfectamente natural que una asociación pase por un número de eslabones intermedios inconscientes antes de llegar a uno consciente, como ocurre en este caso. Entonces, el elemento que ingresa a la consciencia sería aquel que despierta especial interés. Pero lo notable de nuestro ejemplo es, precisamente, el hecho de que no ingresa a la consciencia aquel elemento que despierta interés (el atentado), sino otro, en calidad de símbolo (los vestidos). Si nos preguntamos cuál puede haber sido la causa de este proceso patológico interpolado, sólo podemos indicar una: el desencadenamiento sexual, del que también hay pruebas en la consciencia. Este aparece vinculado al recuerdo del atentado, pero es muy notable que no se vinculase al atentado cuando el mismo ocurrió en la realidad. Nos encontramos aquí ante el caso de que un recuerdo despierte un afecto que no pudo suscitar cuando ocurrió en calidad de vivencia, porque en el ínterin las modificaciones de la pubertad tomaron posible una nueva comprensión de lo recordado. Ahora bien: este caso es típico de la represión que se produce en la histeria. Siempre comprobamos que se reprime un recuerdo, el cual sólo posteriormente llega a convertirse en un trauma. El motivo de este estado de cosas radica en el retardo de la pubertad con respecto al restante desarrollo del individuo .
[5] Condiciones determinantes de la prvton jedoz uut [Proton Pseudos histérica].
Aunque no es habitual en la vida psíquica que un recuerdo despierte un afecto que no lo acompañó cuando era una vivencia, tal es, sin embargo, lo más común en el caso de las ideas sexuales, precisamente porque el retardo de la pubertad constituye una característica general de la organización. Toda persona adolescente lleva en sí rastros mnemónicos que sólo pueden ser comprendidos una vez despertadas sus propias sensaciones sexuales; toda persona adolescente, pues, lleva en sí el germen de la histeria. Claro está que habrán de intervenir también otros factores concurrentes, ya que esta tendencia tan general queda limitada al escaso número de personas que realmente se tornan histéricas. Ahora bien: el análisis nos demuestra que lo perturbador en un trauma sexual es, sin duda, el desencadenamiento afectivo, y la experiencia nos enseña que los histéricos son personas de las que sabemos que, en unos casos, se han tornado prematuramente excitables en su sexualidad, por estimulación mecánica y emocional (masturbación), y de las que, en otros casos, podemos admitir que poseen una predisposición al desencadenamiento sexual precoz. El comienzo prematuro del desencadenamiento sexual y la intensidad prematura del mismo son, a todas luces, equivalentes, de modo que esta condición queda reducida a un factor cuantitativo. ¿Cuál es, pues, el significado de esta precocidad del desencadenamiento sexual? Todo el acento debe caer aquí sobre la maduración precoz, pues no es posible sostener que el desencadenamiento sexual origine, de por sí, la represión, dado que ello convertiría, una vez más, la represión en un proceso de frecuencia normal.
e) Perturbación del pensamiento por el afecto
Nos vimos obligados a admitir que la perturbación del proceso psíquico normal depende de dos condiciones: 1) de que el desencadenamiento sexual arranque de un recuerdo, en lugar de una vivencia; 2) de que el desencadenamiento sexual ocurra prematuramente. En presencia de estas dos condiciones se producirá una perturbación que excede lo normal, pero que puede hallarse ya preformada en la normalidad.
La más cotidiana experiencia nos enseña que el despliegue afectivo inhibe el curso normal del pensamiento y que lo hace de distintas maneras. En primer lugar, pueden ser olvidadas muchas vías de pensamiento que de otro modo habrían sido tomadas en cuenta, como también ocurre, por otra parte, en los sueños. Así, por ejemplo, en la agitación causada por una intensa preocupación me ha sucedido que olvidara recurrir al teléfono, que acababa de ser instalado en mi casa. La vía recientemente establecida sucumbía aquí en el estado afectivo; la facilitación, es decir, la antigüedad, ganaba el predominio. Con semejante olvido se pierde la capacidad de selección, la adecuación y la lógica del proceso, tal como ocurre también en el sueño. En segundo lugar, también sin que haya olvido alguno pueden adoptarse vías que de otro modo habrían sido evitadas: en particular, vías que conducen a la descarga, como, por ejemplo, acciones realizadas bajo la influencia del afecto. En suma, pues, el proceso afectivo se aproxima al proceso primario no inhibido.
De esto se desprenden varias consecuencias. Primero, que en el desencadenamiento afectivo se intensifica la propia idea desencadenante; segundo, que la función principal del yo catectizado consiste en evitar nuevos procesos afectivos y en reducir las viejas facilitaciones afectivas. Estas condiciones sólo podemos representárnoslas de la siguiente manera. Originalmente, una catexia perceptiva en su calidad de heredera de una vivencia dolorosa, desencadenó displacer, siendo reforzada por la cantidad [Qh] así desencadenada y avanzando luego hacia la descarga por vías de derivación que ya se encontraban en parte prefacilitadas. Una vez establecido un yo catectizado, la función de la «atención» para nuevas catexias perceptivas se desarrolló de la manera que ya conocemos [véase el final del parágrafo 13], y esta atención sigue ahora, con catexias colaterales, el curso adoptado por la cantidad que emana de W. De tal manera, el desencadenamiento de displacer queda cuantitativamente restringido y su comienzo actúa, para el yo, como una señal de poner en juego la defensa normal. Así se evita la fácil y excesiva generación de nuevas experiencias de dolor, con todas sus facilitaciones. Cuanto más intenso sea, empero, el desprendimiento de displacer tanto más difícil será la tarea a cumplir por el yo, pues éste, con sus catexias colaterales, sólo es capaz de proveer hasta cierto límite un contrapeso a las cantidades [Qh] intervinientes, de modo que no puede impedir por completo la ocurrencia de un proceso primario.
Además, cuanto mayor sea la cantidad que tiende a derivarse, tanto más difícil será para el yo la labor cogitativa que, según todo parece indicarlo, constituiría en el desplazamiento experimental de pequeñas cantidades (Qh). La «reflexión» en una actividad del yo que demanda tiempo y que se torna imposible cuando el nivel afectivo entraña grandes cantidades (Qh). De ahí que el afecto se caracterice por la precipitación y por una selección de métodos similar a la que se adopta en el proceso primario. Por consiguiente, el yo procura no permitir ningún desencadenamiento de afecto, ya que con ello admitiría también un proceso primario. Su instrumento para este fin es el mecanismo de la atención. Si una catexia desencadenante de displacer escapase a la atención, el yo llegaría demasiado tarde para contrarrestara. Tal es, precisamente, lo que ocurre en la proton pseudos histérica. La atención está enfocada sobre las percepciones, que son los factores desencadenantes normales del displacer. Aquí, en cambio, no es una percepción, sino una traza mnemónica, la que inesperadamente desencadena el displacer, y el yo se entera de ello demasiado tarde, ha permitido que se llevara a cabo un proceso primario, simplemente porque no esperaba que ocurriera.
Existen, sin embargo, también otras ocasiones en las que un recuerdo desencadena displacer, cosa que es plenamente normal en el caso de los recuerdos recientes. Ante todo, si un trama (una vivencia de dolor) ocurre por primera vez cuando ya existe un yo -los primeros de todos los traumas escapan totalmente al yo- , prodúcese un desencadenamiento de displacer, pero simultáneamente actúa también el yo, creando catexias colaterales. Si más tarde se repite la catectización de la traza mnemónica, también se repite el displacer, pero entonces se encuentran ya presentes las facilitaciones yoicas, y la experiencia demuestra que el segundo desencadenamiento de displacer es de menor intensidad, hasta que, después de suficientes repeticiones, queda reducida a la intensidad de una mera señal, tan conveniente para el yo. Así, pues, lo esencial es que en ocasión del primer desencadenamiento de displacer no falte la inhibición por el yo, de modo que el proceso no tenga el carácter de una vivencia afectiva primaria «póstuma». Tal es precisamente lo que ocurre empero, cuando el recuerdo es el primero en motivar el desencadenamiento de displacer, como es el caso en la proton pseudos histérica. Con todo esto quedaría confirmada la importancia de una de las ya citadas precondiciones que nos ofrece la experiencia clínica: el retardo de la pubertad posibilita la ocurrencia de procesos primarios póstumos.
Tercera parte. Intento de representar los proceso y. normales 5-10-1895

[1] Debe ser posible explicar mecánicamente los denominados «procesos secundarios», atribuyéndolos al efecto que una masa de neuronas con una catexia constante (el yo) ejerce sobre otras neuronas con catexias variables. Comenzaré por intentar una descripción psicológica de tales procesos. Si por un lado tenemos el yo y por el otro W (percepciones) -es decir, catexias en y venidas de j; (del mundo exterior)-, entonces tendremos que encontrar un mecanismo que induzca al yo a seguir las percepciones y a influir sobre ellas. Ese mecanismo radica, según creo, en el hecho de que, de acuerdo con mis hipótesis, toda percepción excita w; es decir, emite un signo de cualidad. Dicho más correctamente, excita consciencia (consciencia de una cualidad) en W, y la descarga de la excitación perceptiva provee a y con una noticia que constituye precisamente, dicho signo de cualidad. Por consiguiente, propongo la sugerencia de que serían estos signos de cualidad los que interesen a y en la percepción [véase parágrafo 19 de la primera parte]. Tal sería, pues, el mecanismo de la atención psíquica. Me resulta difícil dar una explicación mecánica (automática) de su origen.
Creo, por tanto, que está biológicamente determinada, es decir, que se ha conservado en el curso de la evolución psíquica, debido a que toda otra conducta por parte de y ha quedado excluida en virtud de ser generadora de displacer. El efecto de la atención psíquica es el de catectizar las mismas neuronas que son las portadoras de la catexia perceptiva. Este estado de atención tiene un prototipo en la vivencia de satisfacción [parágrafo 11 de la primera parte], que es tan importante para todo el curso del desarrollo, y en las repeticiones de dicha experiencia: los estados de anhelo desarrollados hasta convertirse en estados de deseo y estado de expectación. Ya demostré [primera parte, parágrafo 16-18] que dichos estados contienen la justificación biológica de todo pensar. La situación psíquica es, en dichos estados, la siguiente: el anhelo implica un estado de tensión en el yo y, a consecuencia de éste, es catectizada la representación del objeto amado (la idea desiderativa). La experiencia biológica nos enseña que esta representación no debe ser catectizada tan intensamente que pueda ser confundida con una percepción, y que su descarga debe ser diferida hasta que de ella partan signos de cualidad que demuestren que la representación es ahora real; es decir, que su catexia es perceptiva. Si surgiera una percepción que fuese idéntica o similar a la idea desiderativa, se encontraría con sus neuronas ya precatectizadas por el deseo; es decir, algunas de ellas, o todas, estarán ya catectizadas, de acuerdo con la medida en que coincidan la representación [idea desiderativa] y la percepción.
La diferencia entre dicha representación y la percepción recién llegada da dirigen, entonces, al proceso cogitativo [del pensamiento], que tocará a su fin cuando se haya encontrado una vía por la cual las catexias perceptivas sobrantes [discrepantes] puedan ser convertidas en catexias ideativas: en tal caso se habrá alcanzado la identidad. La atención consistirá entonces en establecer la situación psíquica del estado de expectación también para aquellas percepciones que no coinciden, ni siquiera en parte, con las catexias desiderativas. Sucede, simplemente, que ha llegado a ser importante emitir catexias al encuentro de todas las percepciones. En efecto, la atención está biológicamente justificada, sólo se trata de guiar al yo en cuanto a cuál catexia expectante debe establecer, y a tal objeto sirven los signos de cualidad. Aun es posible examinar más de cerca el proceso de [establecer una] actitud psíquica [de atención]. Supongamos, para comenzar, que el yo no esté prevenido y que entonces surja una catexia perceptiva, seguida por sus signos de cualidad. La estrecha facilitación entre estas dos noticias intensificará todavía más la catexia perceptiva, produciéndose entonces la catectización atentiva de las neuronas perceptivas. La siguiente percepción del mismo objeto resultará (de acuerdo con la segunda ley de asociación) en una catexia más copiosa de la misma percepción, y sólo esta última será la percepción psíquicamente utilizable. (Ya de esta primera parte de nuestra descripción se desprende una regla de suma importancia: la catexia perceptiva, cuando ocurre por primera vez, tiene escasa intensidad y posee sólo reducida cantidad (Q), mientras que la segunda vez, existiendo ya una precatexia de y, la cantidad afectada es mayor.
Ahora bien: la atención no implica, en principio, ninguna alteración intrínseca en el juicio acerca de los atributos cuantitativos del objeto, de modo que la cantidad externa (Q) de los objetos no puede expresarse en y por cantidad psíquica (Qh). La cantidad psíquica (Qh) significa algo muy distinto, que no está representado en la realidad, y, efectivamente, la cantidad externa (Q) está expresada en y por algo distinto, a saber, por la complejidad de las catexias. Pero es por este medio que la cantidad externa (Q) es mantenida apartada de y [parágrafo 9 de la primera parte]). He aquí una descripción todavía más satisfactoria [del proceso expuesto en el penúltimo párrafo]. Como resultado de la experiencia biológica, la atención de y está constantemente dirigida a los signos de cualidad. Estos signos ocurren, pues, en neuronas que ya están precatectizadas, alcanzando así una cantidad suficiente magnitud. Los índices de cualidad así intensificados intensifican a su vez, merced a su facilitación, las catexias perceptivas, y el yo ha aprendido a disponer las cosas de modo tal que sus catexias atentivas sigan el curso de ese movimiento asociativo al pasar de los signos de cualidad hacia la percepción. De tal manera [el yo] es guiado para que pueda catectizar precisamente las percepciones correctas o su vecindad. En efecto, si admitimos que es la misma cantidad (Qh) procedente del yo la que corre a lo largo de la facilitación entre el signo de cualidad y la percepción, hasta habremos encontrado una explicación mecánica (automática de la catexia de atención. Así, pues, la atención abandona los signos de cualidad para dirigirse a las neuronas perceptivas, ahora hipercatectizadas.
Supongamos que, por uno u otro motivo, fracase el mecanismo de la atención. En tal caso no se producirá la catectización desde y de las neuronas perceptivas y la cantidad (Q) que a ellas haya llegado se transmitirá a lo largo de las mejores facilitaciones, o sea, en forma puramente asociativa, en la medida en que lo permitan las relaciones entre las resistencias y la cantidad de la catexia perceptiva. Probablemente este pasaje de cantidad no tardaría en llegar a su fin, puesto que la cantidad (Q) se divide y no tarda en reducirse, en alguna de las neuronas siguientes, a un nivel demasiado bajo para el curso ulterior. El decurso de las cantidades vinculadas a la percepción ( Wq) puede, bajo ciertas circunstancias, suscitar ulteriormente la atención o no; en este último caso terminará silenciosamente en la catectización de cualquier neurona vecina, sin que lleguemos a conocer el destino ulterior de dicha catexia. Tal es el curso de una percepción no acompañada por atención, como ha de ocurrir incontables veces en cada día. Como lo demostrará el análisis del proceso de la atención, dicho curso no puede llegar muy lejos, circunstancia de la cual cabe inferir la reducida magnitud de las cantidades vinculadas a la percepción (Wq).
En cambio, si el sistema W ha recibido su catexia de atención, puede ocurrir toda una serie de cosas, entre las cuales cabe destacar dos situaciones: la del pensar común y la de sólo pensar observando. Este último caso parecería ser el más simple; corresponde aproximadamente al estado del investigador que, habiendo hecho una percepción, se pregunta: «¿Qué significa esto? ¿Adónde conduce?» Lo que sucede entonces es lo siguiente (pero en aras de la simplicidad tendré que sustituir ahora la compleja catectización perceptiva por la de una única neurona). La neurona perceptiva está hipercatectizada, la cantidad, compuesta de cantidad externa y de cantidad psíquica (Q y Qh) fluye a lo largo de las mejores facilitaciones y supera cierto número de barreras, de acuerdo con las resistencia y la cantidad intervinientes. Llegará a catectizar algunas neuronas asociadas, pero no podrá superar otras barreras, porque la fracción [de cantidad] que llega a incidir sobre ellas es inferior a su umbral . Seguramente serán catectizadas neuronas más numerosas y más alejadas que en el caso de un mero proceso asociativo que se desarrolle sin atención. Finalmente, empero, la corriente desembocará, también en este caso, en determinadas catexias terminales o en una sola. El resultado de la atención será que en lugar de la percepción aparecerán una o varias catexias mnemónicas, conectadas por asociación con la neurona inicial.
En aras de la simplicidad, supongamos también que se trate de una imagen mnemónica única. Si ésta pudiese volver a ser catectizada (con atención) desde y, el juego se repetiría: la cantidad (Q) volvería a fluir una vez más y catectizaria (evocaría) una nueva imagen mnemónica, recorriendo para ello la vía de la mejor facilitación . Ahora bien: el propósito del pensamiento observador es a todas luces el de llegar a conocer en la mayor extensión posible las vías que arrancan del sistema W, pues de tal modo podrá agotar el conocimiento del objeto perceptivo. (Se advertirá que la forma de pensamiento aquí descrita lleva el (re)conocimiento). De ahí que se requiera una vez más una catexia y para las imágenes mnemónicas ya alcanzadas; pero también se requiere un mecanismo que dirija dicha catexia a los lugares correctos. ¿Cómo, sino así, podrían saber las neuronas y en el yo adónde debe dirigirse la catexia? Un mecanismo de atención como el que anteriormente hemos descrito vuelve a presuponer, sin embargo, la presencia de signos de cualidad. ¿Acaso aparecen éstos en el decurso asociativo? De acuerdo con nuestras presuposiciones, normalmente no; pero bien podrían ser obtenidos por medio del siguiente nuevo dispositivo. En condiciones normales, los signos de cualidad sólo emanan de la percepción, de modo que todo se reduce a extraer una percepción del decurso de cantidad (Qh). si el decurso de cantidad (Qh) entrañara una descarga además del mero pasaje, esa descarga daría, como cualquier otro movimiento, un signo de movimiento. Después de todo, los mismos signos de cualidad son noticias de descarga. (Más adelante podremos considerar de qué tipo de descarga son noticias). Ahora puede ocurrir que durante un decurso cuantitativo (Qh) también sea catectizada una neurona motriz, que a continuación descargará la cantidad (Qh) y dará origen a un signo de cualidad. Mas se trata de que obtengamos tales descargas de todas las catexias. Pero no todas [las descargas] son motrices, de modo que con este propósito deberán ser colocadas en una firme facilitación con neuronas motrices.
Esta finalidad es cumplida por las asociaciones verbales, que consisten en la conexión de neuronas y con neuronas empleadas por las representaciones vocales y que, a su vez, se encuentran íntimamente asociadas con imágenes verbales motrices. Estas asociaciones [verbales] tienen sobre las demás la ventaja de poseer otras dos características: son circunscritas (es decir, escasas en número) y son exclusivas. La excitación progresa, en todo caso, de la imagen vocal a la imagen verbal y de ésta a la descarga. Por consiguiente, si las imágenes mnemónicas son de tal naturaleza que una corriente parcial pueda pasar de ellas a las imágenes vocales y a las imágenes verbales motrices, entonces la catexia de las imágenes mnemónicas estará acompañada por noticias de una descarga, y éstas son signos de cualidad, o sea, al mismo tiempo signos de que el recuerdo es consciente. Ahora bien: si el yo precatectiza estas imágenes verbales, como antes precatectizó las imágenes de la descarga de percepciones, se habrá creado con ello el mecanismo que le permitirá dirigir la catexia y a los recuerdos que surjan durante el pasaje de cantidad [Qh]. He aquí el pensamiento observador consciente.
Además de posibilitar el (re)conocimiento, las asociaciones verbales efectúan aún otra cosa de suma importancia. Las facilitaciones entre las neuronas y constituyen, como sabemos, la memoria, o sea, la representación de todas las influencias que y ha experimentado desde el mundo exterior. Ahora advertimos que el propio yo también catectiza las neuronas y y suscita corrientes que seguramente deben dejar trazas en la forma de facilitaciones. Pero y no dispone de ningún medio para discernir entre estos resultados de los procesos cogitativos y los resultados de los procesos perceptivos. Los procesos perceptivos, por ejemplo, pueden ser (reconocidos) y reproducidos merced a su asociación con descargas de percepción; pero de las facilitaciones establecidas por el pensamiento sólo queda su resultado, y no un recuerdo. Una misma facilitación cogitativa puede haberse generado por un solo proceso intenso o por diez procesos menos susceptibles de dejar una impronta. Los signos de descarga verbal son los que vienen ahora a subsanar este defecto, pues equiparan los procesos cogitativos a procesos perceptivos, confiriéndoles realidad y posibilitando su recuerdo. [Véase más adelante el parágrafo 3.] También merece ser considerado el desarrollo biológico de estas asociaciones verbales, tan importantes. La inervación verbal es primitivamente una descarga que actúa como válvula de seguridad para y, sirviendo para regular en ella las oscilaciones de cantidad (Qh) y funcionando como una parte de la vía que conduce a la alteración interna y que representa el único medio de descarga mientras todavía no se ha descubierto la acción específica. Esta vía adquiere una función secundaria al atraer la atención de alguna persona auxiliar (que por lo común es el mismo objeto desiderativo) hacia el estado de necesidad y de apremio en que se encuentra el niño; desde ese momento servirá al propósito de la comunicación quedando incluida así en la acción específica.
Como ya hemos visto [parágrafos 16-17], cuando se inicia la función judicativa las percepciones despiertan interés en virtud de su posible conexión con el objeto deseado y sus complejos son descompuestos en una porción no asimilable (la «cosa») y una porción que es conocida por el yo a través de su propia experiencia (los atributos, las actividades [de la cosa]. Este proceso, que denominamos comprender, ofrece dos puntos de contacto con la expresión verbal [por el lenguaje]. En primer lugar, existen objetos (percepciones) que nos hacen gritar, porque provocan dolor; esta asociación de un sonido -que también suscita imágenes motrices de movimientos del propio sujeto- con una percepción que ya es de por sí compleja destaca el carácter hostil del objeto y sirve para dirigir la atención a la percepción; he aquí un hecho que demostrará tener extraordinaria importancia. En una situación en que el dolor nos impediría obtener buenos signos de cualidad del objeto, la noticia del propio grito nos sirve para caracterizarlo. Esta asociación conviértese así en un recurso para conscienciar los recuerdos que provocan displacer y para convertirlos en objetos de la atención: la primera clase de recuerdos conscientes ha quedado así creada. Desde aquí sólo basta un corto paso para llegar a la invención del lenguaje. Existen objetos de un segundo tipo que por sí mismos emiten constantemente ciertos sonidos, o sea, objetos en cuyo complejo perceptivo interviene también un sonido. En virtud de la tendencia imitativa que surge en el curso del proceso del juicio [parágrafo 18 de la primera parte] es posible hallar una noticia de movimiento [de uno mismo] que corresponda a esa imagen sonora. También esta clase de recuerdos puede tornarse ahora consciente. Sólo hace falta agregar asociativamente a las percepciones sonidos deliberadamente producidos, para que los recuerdos despertados al atender a los signos de descarga tonal se tornen conscientes, igual que las percepciones, y puedan ser catectizados desde y.
Así hemos comprobado que lo característico del proceso del pensamiento cognoscitivo es el hecho de que la atención se encuentre desde un principio dirigida a los signos de la descarga cogitativa, o sea, a los signos verbales [del lenguaje]. Como sabemos, también el denominado pensamiento «consciente» se lleva a cabo acompañado por una ligera descarga motriz . El proceso de seguir el decurso de la cantidad (Q) a través de una asociación puede ser proseguido, pues, durante un lapso indefinido de tiempo, continuando por lo general hasta llegar a elementos asociativos terminales, que son «plenamente conocidos». La fijación de esta vía y de los puntos terminales constituye el «(re)conocimiento» de lo que fue quizá una nueva percepción. Bien quisiéramos tener ahora alguna información cuantitativa sobre este proceso del pensamiento cognoscitivo. Ya sabemos que en este caso la percepción está hipercatectizada, en comparación con el proceso asociativo simple, y que el proceso mismo [del pensamiento] consiste en un desplazamiento de cantidades (Qh) que es regulado por la asociación con signos de cualidad.
En cada punto de detención se renueva la catexia y, y finalmente tiene lugar una descarga a partir de las neuronas motrices de la vía del lenguaje. Cabe preguntarse ahora si este proceso significa para el yo una considerable pérdida de cantidad (Qh), o si el gasto consumido por el pensamiento es relativamente leve. La respuesta a esta cuestión nos es sugerida por el hecho de que las inervaciones del lenguaje derivadas en el curso del pensamiento son evidentemente muy pequeñas. No hablamos realmente [al pensar], como tampoco nos movemos realmente cuando nos representamos una imagen de movimiento. Pero la diferencia entre imaginación y movimiento es sólo cuantitativa, como nos lo han enseñado las experiencias de «lectura del pensamiento». Cuando pensamos con intensidad realmente podemos llegar a hablar en voz alta. Pero ¿cómo es posible efectuar descargas tan pequeñas si, como sabemos, las cantidades pequeñas (Qh) no pueden cursar y las grandes se nivelan en masa a través de las neuronas motrices? Es probable que las cantidades afectadas por el desplazamiento en el proceso cogitativo no sean de considerable magnitud. En primer lugar, el gasto de grandes cantidades (Qh) significaría para el yo una pérdida que debe ser limitada en la medida de lo posible, dado que la cantidad (Qh) es requerida para la acción específica, tan exigente.
En segundo lugar, una cantidad considerable (Qh) recorrería simultáneamente varias vías asociativas, con lo cual no dejaría tiempo suficiente para la catectización del pensamiento y causaría además un gasto considerable. Por consiguiente, las cantidades (Qh) que cursan durante el proceso del pensamiento deben ser forzosamente reducidas. No obstante , de acuerdo con nuestra hipótesis, la percepción y el recuerdo deben estar hipercatectizados en el proceso del pensamiento, y deben estarlo en medida más intensa que en la percepción simple. Además, existen diversos grados de intensidad de la atención, lo que sólo podemos interpretar en el sentido de que existen diversos grados de intensificación de las cantidades catectizantes (Qh). En tal caso el proceso de la vigilancia observadora [de las asociaciones] sería precisamente tanto más difícil cuanto más intensa fuese la atención, lo que sería tan inadecuado que ni siquiera podemos admitirlo.
Así nos encontramos frente a dos requerimientos aparentemente contradictorios: fuerte catexia y débil desplazamiento. Si quisiéramos armonizarlos nos veríamos obligados a admitir algo que podría calificarse como un estado de «ligadura» en las neuronas, que aun en presencia de una catexia elevada permite sólo una escasa corriente. Esta hipótesis se torna más verosímil considerando que la corriente en una neurona es evidentemente afectada por las catexias que la rodean. Ahora bien: el propio yo es una masa de neuronas de esta especie que mantienen fijadas sus catexias; es decir, que se encuentran en estado de ligadura, cosa que evidentemente sólo puede ser el resultado de su influencia mutua. Por tanto, bien podemos imaginarnos que una neurona perceptiva, catectizada con atención, sea por ello en cierto modo transitoriamente absorbida por el yo, y que desde ese momento se encuentre sujeta a la misma ligadura de su cantidad (Qh) que afecta a todas las demás neuronas yoicas. Si es catectizada más intensamente la cantidad (Q) de su corriente puede quedar disminuida en consecuencia, y no necesariamente aumentada (?). Podemos imaginarnos, verbigracia, que en virtud de esta ligadura sea librada a la corriente precisamente la cantidad externa (Q), mientras que la catexia de la atención quede ligada; un estado de cosas que no necesita ser, por cierto, permanente.
Así, el proceso del pensamiento quedaría mecánicamente caracterizado por esta condición de «ligadura» que combina una elevada catexia con una reducida corriente [de cantidad]. Cabe imaginar otros procesos en los cuales la corriente sea proporcional a la catexia, o sea, procesos con descarga no inhibida. Espero que la hipótesis de semejante estado de «ligadura» demuestre ser mecánicamente sostenible. Quisiera ilustrar las consecuencias psicológicas a que conduce dicha hipótesis. Ante todo, parecería adolecer de una contradición interna, pues si el estado de «ligadura» significa que en presencia de una catexia de esta especie sólo restan pequeñas cantidades (Q) para efectuar desplazamientos, ¿cómo puede dicho estado llegar a incluir nuevas neuronas; es decir, a hacer pasar grandes cantidades (Q) hacia nuevas neuronas? Planteando la misma dificultad en términos más simples: ¿cómo fue posible que se desarrollara siquiera un yo así constituido? De esta manera nos encontramos inesperadamente ante el más oscuro de todos los problemas: el origen del yo; es decir, de un complejo de neuronas que mantienen fijada su catexia, o sea, que constituyen por breves períodos un complejo con nivel constante [de cantidad]. La consideración genética de este problema será la más promisora. Originalmente el yo consiste en las neuronas nucleares. que reciben cantidad endógena (Qh) por las vías de conducción y que la descargan por medio de la alteración interna. La «vivencia de satisfacción» procura a este núcleo una asociación con una percepción (la imagen desiderativa) y con una noticia de movimiento (la porción refleja de la acción específica). La educación y el desarrollo de este yo primitivo tienen lugar en el estado repetitivo del deseo, o sea, en los estados de expectación. El yo comienza por aprender que no debe catectizar las imágenes motrices (con la descarga consiguiente), mientras no se hayan cumplido determinadas condiciones por parte de la percepción.
Aprende además que no debe catectizar la idea desiderativa por encima de cierta medida, pues si así lo hiciera se engañaría a sí mismo de manera alucinatoria. Si respeta, empero, estas dos restricciones y si dirige su atención hacia las nuevas percepciones, tendrá una perspectiva de alcanzar la satisfacción perseguida. Es claro entonces que las restricciones que impiden al yo catectizar la imagen desiderativa y la imagen motriz por encima de cierta medida son la causa de una acumulación de cantidad (Qh) en el yo y parecerían obligarlo a transferir su cantidad (Qh), dentro de ciertos límites, a las neuronas que se encuentren a su alcance. Las neuronas nucleares hipercatectizadas inciden, en última instancia; sobre las vías de conducción desde el interior del cuerpo, que se han tornado permeables en virtud de su continua repleción con cantidad (Qh); debido a que son prolongaciones de estas vías de conducción, las neuronas nucleares también deben quedar llenas de cantidad (Qh). La cantidad que en ellas exista se derivará en proporción a las resistencias que se opongan a su curso, hasta que las resistencias más próximas sean mayores que la fracción de cantidad [Qh] disponible para la corriente. Pero una vez alcanzado este punto, la totalidad de la masa catéctica se encontrará en un estado de equilibrio, sostenida, de una parte, por las dos barreras contra la motilidad y el deseo; de la otra parte, por las resistencias de las neuronas más lejanas, y hacia el interior, por la presión constante de las vías de conducción. En el interior de esta estructura que constituye el yo la catexia no será, en modo alguno, igual por doquier; sólo necesita ser proporcionalmente igual; es decir, en relación con las facilitaciones. [Véase el parágrafo 19]. Si el nivel de catectización asciende en el núcleo del yo, la amplitud de éste podrá dilatarse, mientras que si desciende, el yo se constreñirá concéntricamente. En un nivel determinado y en una amplitud determinada del yo no habrá obstáculo alguno contra el desplazamiento [de catexia] dentro del territorio catectizado.
Sólo queda por averiguar ahora cómo se originan las dos barreras que garantizan el nivel constante del yo, en particular el de las barreras contra las imágenes de movimiento que impiden la descarga. Aquí nos encontramos ante un punto decisivo para nuestra concepción de toda la organización. Sólo podemos decir que cuando aún no existía esta barrera y cuando, junto con el deseo, producíase también la descarga motriz, el placer esperado debió de faltar siempre y el desencadenamiento continuo de estímulos endógenos concluyó por causar displacer. Sólo esta amenaza de displacer, vinculada a la descarga prematura, puede corresponder a la barrera que aquí estamos considerando. En el curso del desarrollo ulterior la facilitación asume una parte de la tarea [de llevar a cabo las restricciones]. Sigue en pie, sin embargo, el hecho de que la cantidad (Qh) en el yo se abstiene de catectizar, sin más ni más, las imágenes motrices, pues si así lo hiciera llevaría a un desencadenamiento de displacer. Todo lo que aquí describo como una adquisición biológica del sistema neuronal me lo imagino representado por semejante amenaza de displacer, cuyo efecto consistiría en que no sean catectizadas aquellas neuronas que conducen al desencadenamiento de displacer. Esto constituye la defensa primaria, lógica consecuencia de la tendencia básica del sistema neuronal [parágrafo 1 de la primera parte]. El displacer sigue siendo el único medio de educación.
No atino a decidir, por supuesto, cómo podríamos explicar mecánicamente dicha defensa primaria, esa no-catectización por amenaza de displacer. De aquí en adelante me atreveré a omitir toda representación mecánica de tales reglas biológicas basadas en la amenaza de displacer; me conformaré con poder dar, fundándome en ellas, una descripción admisible y consecuente del desarrollo. Existe sin duda una segunda regla biológica derivada por abstracción del proceso de expectación: la de que es preciso dirigir la atención a los signos de cualidad (porque éstos pertenecen a percepciones que podrían conducir a la recién surgida). En suma, el mecanismo de la atención tendrá que deber su origen a una regla biológica de esta naturaleza que regule el desplazamiento de las catexias del yo .
Podríase objetar que tal mecanismo, actuando con ayuda de los signos de cualidad, es superfluo. El yo -se argumentará- podría haber aprendido biológicamente a catectizar por sí solo la esfera perceptiva en el estado de expectación, en vez de esperar que los signos de cualidad lo conduzcan a tal catectización. No obstante, podemos señalar dos puntos en justificación del mecanismo de atención: 1) el sector de los signos de descarga emanados del sistema W (w) es a todas luces menor y comprende menos neuronas que el sector de la percepción; es decir, de todo el pallium de y que está conectado con los órganos sensoriales. Por consiguiente, el yo se ahorra un extraordinario gasto si mantiene catectizada la descarga en lugar de la percepción. 2) Los signos de descarga o los signos de cualidad también son originariamente signos de realidad, destinados a servir precisamente a la distinción entre las catexias de percepciones reales y las catexias de deseos. Vemos, pues, que no es posible prescindir del mecanismo de atención. Además, éste siempre consiste en que el yo catectiza aquellas neuronas en las que ya ha aparecido una catexia. Mas la regla biológica de la atención, en la medida en que concierne al yo, es la siguiente: cuando aparezca un signo de realidad, la catexia perceptiva que exista simultáneamente deberá ser hipercatectizada. He aquí la segunda regla biológica; la primera era la de la defensa primaria.
[2] De lo que antecede podemos derivar asimismo algunas insinuaciones generales para la explicación mecánica, como, por ejemplo, aquella que ya mencionamos, en el sentido de que la cantidad externa no puede ser representada por Qh, o sea, por cantidad psíquica. En efecto, de la descripción del yo y de sus oscilaciones se desprende que tampoco el nivel [de catexia] tiene relación alguna con el mundo exterior, o sea, que su reducción o elevación generales nada modifican, normalmente, en la imagen del mundo exterior. Dado que esta imagen se basa en facilitaciones, ello significa que las oscilaciones generales del nivel [de cantidad] nada modifican tampoco en dichas facilitaciones. Ya hemos mencionado también un segundo principio: el de que cantidades pequeñas pueden ser desplazadas con mayor facilidad cuando el nivel es alto que cuando es bajo. He aquí unos pocos puntos a los cuales habrá de ajustarse la caracterización del movimiento neuronal, absolutamente desconocido todavía para nosotros. Retornemos ahora a nuestra descripción del proceso del pensamiento observador o cognoscitivo. En él, al contrario de lo que ocurre en los procesos de expectación, las percepciones no inciden sobre catexias desiderativas, o sea, que son los primeros signos de realidad los que dirigen la atención del yo hacia la región perceptiva que habrá de ser catectizada. El decurso asociativo de la cantidad (Q) que [las percepciones] traen consigo tiene lugar por neuronas que ya están precatectizadas, y en cada pasaje vuelve a liberarse la Qh (la cantidad perteneciente a las neuronas j), que es desplazada [a lo largo de esas neuronas precatectizadas]. Durante este decurso asociativo se generan los signos de cualidad (del lenguaje), a consecuencia de los cuales el decurso asociativo se consciencia y se torna reproducible.
Una vez más podríase cuestionar aquí la utilidad de los signos cualitativos argumentando que lo único que hacen es inducir al yo a enviar una catexia hacia un punto en el que la catexia surgiría de todos modos durante el decurso asociativo. Pero no son ellos mismos los que proveen estas cantidades catectizantes (Qh), sino que a lo sumo aportan a ellas, y siendo esto así, el propio yo podría sin su ayuda hacer que su catexia corriera a lo largo del curso adoptado por la cantidad (Q). No cabe duda que esto es muy cierto, pero la consideración de los signos de cualidad no es, por ello, superflua. En efecto, cabe destacar que la regla biológica de la atención que acabamos de establecer es una abstracción derivada de la percepción y que en un principio sólo rige para los signos de realidad. También los signos de descarga por medio del lenguaje son, en cierto sentido, signos de realidad -aunque sólo signos de la realidad cogitativa y no de la exterior-; pero en modo alguno ha podido imponerse para estos signos de realidad cogitativa una regla biológica como la que estamos considerando, ya que su violación no entrañaría ninguna amenaza constante de displacer. El displacer producido al pasar por alto el (re)conocimiento no es tan flagrante como el que se genera al ignorar el mundo exterior, aunque ambos casos son, en el fondo, uno y el mismo. Así, pues, existe realmente una especie de proceso cogitativo observador, en el que los signos de cualidad nunca son evocados, o únicamente lo son en forma esporádica, siendo posibilitado dicho proceso porque el yo sigue automáticamente con sus catexias el decurso asociativo. Ese proceso cogitativo hasta es, con mucho el más frecuente de todos, y en modo alguno puede considerárselo anormal es nuestro pensamiento de tipo común; inconsciente, pero con ocasionales irrupciones a la consciencia; en suma, es el denominado «pensamiento consciente», con eslabones intermedios inconscientes que pueden, empero, ser conscienciados .
No obstante, el valor de los signos cualitativos para el pensamiento es incuestionable. En primer lugar, la suscitación de signos de cualidad intensifica las catexias en el decurso asociativo y asegura la atención automática, que, si bien no sabemos cómo, está evidentemente vinculada a la emergencia de catexias. Además -lo que parece ser más importante- la atención dirigida a los signos cualitativos asegura la imparcialidad del decurso de asociación. En efecto, al yo le resulta muy difícil colocarse en la situación del puro y simple «investigar» [explorar]. El yo casi siempre tiene catexias intencionales o desiderativas, cuya presencia durante la actividad exploradora influye, como veremos más adelante sobre el curso de asociación, produciendo así un falso conocimiento de las percepciones. Ahora bien: no existe ninguna protección mejor contra esta falsificación por el pensamiento que la de una cantidad normalmente desplazable (Qh) que sea dirigida por el yo hacia una región incapaz de manifestar (es decir, de provocar) ninguna desviación semejante del decurso asociativo. Sólo existe un expediente de esta clase: la orientación de la atención hacia los signos de cualidad, pues éstos no equivalen a ideas intencionales, sino que, por el contrario, su catectización acentúa todavía más el decurso asociativo, al contribuir con nuevos aportes de la cantidad catectizante.
Por tanto, el pensamiento que es acompañado por la catectización de los signos de realidad cogitativa o de los signos de lenguaje representa la forma más alta y segura del proceso cogitativo cognoscitivo. Dado que la suscitación de signos cogitativos es evidentemente útil, podemos presumir la existencia de dispositivos especialmente destinados a asegurarla. En efecto, los signos de pensamiento no surgen espontáneamente y sin la colaboración de y, a diferencia de los signos de realidad. La observación nos demuestra al respecto que dichos dispositivos no tienen en todos los procesos cogitativos la misma efectividad que poseen en los exploradores. Una condición previa para la suscitación de signos cogitativos es, en principio, su catectización con atención en tales condiciones esos signos surgen en virtud de la ley según la cual la facilitación queda mejorada entre dos neuronas conectadas y simultáneamente catectizadas, No obstante, la atracción ofrecida por la precatectización de los signos cogitativos sólo tiene hasta cierto punto la fuerza suficiente para superar otras influencias. Así, por ejemplo, toda otra catexia vecina al decurso asociativo (como una catexia intencional o afectiva), competirá con aquélla [con la precatexia de atención] y tenderá a inconscienciar el decurso asociativo. Como lo confirma la experiencia, será producido un efecto similar si las cantidades que intervienen en el decurso asociativo son más considerables, pues elevarán el caudal de la corriente y acelerará con ello todo el decurso. La expresión cotidiana de que «algo ocurrió en uno con tal rapidez que uno ni siquiera se dio cuenta» es, sin duda, absolutamente correcta, y también es un hecho sabido que los afectos pueden interferir la suscitación de los signos cogitativos.
De todo esto se desprende una nueva regla para nuestra descripción mecánica de los procesos psíquicos: la de que el decurso asociativo, que no puede ser alterado por el nivel [de catexia], puede serlo, en cambio, por la propia magnitud de la cantidad (Q) fluente. En términos generales, una cantidad (Q) de gran magnitud adopta, a través de la red de facilitaciones, una vía distinta que la seguida por una cantidad menor. Creo que no será difícil ilustrar esta circunstancia. Para cada barrera hay un valor umbral por debajo del cual ninguna cantidad (Q) puede pasar, ni mucho menos una fracción de la misma. Dichas cantidades demasiado pequeñas [subliminales] (Q) se distribuirán por otras dos vías cuyas facilitaciones alcancen a superar. Pero si la cantidad (Q) aumenta, también la primera vía podrá entrar en función, facilitando el pasaje de las fracciones que le correspondan; además, las catexias que excedan de la barrera ahora superable también podrán llegar a hacerse sentir. Aún existe otro factor susceptible de adquirir importancia. Cabe admitir que no todas las vías de una neurona sean receptivas para una cantidad (Q) [en un momento dado. T.], y esta diferencia puede considerarse como la anchura de vía. La anchura de vía es en sí misma independiente de la resistencia, pues esta última puede ser alterada por la cantidad en decurso (Abq), mientras que la anchura de vía permanece constante. Supongamos ahora que al aumentar la cantidad (Q) se abra una vía que pueda hacer sentir su anchura, caso en el cual advertiremos la posibilidad de que el decurso de la cantidad (Q) sea fundamentalmente alterado por un aumento en la magnitud de la cantidad (Q) fluente. La experiencia cotidiana parece corroborar expresamente esta conclusión.
Así, la suscitación de los signos cogitativos parece estar subordinada al pasaje de pequeñas cantidades (Q). Con esto no pretendo afirmar que todo otro tipo de pasaje deba quedar inconsciente, pues la suscitación de los signos de lenguaje no es el único camino para la conscienciación. ¿Cómo podemos representarnos gráficamente, empero, aquel tipo de pensamiento que se consciencia esporádicamente, es decir, las ocurrencias repentinas? Recordemos que nuestro común pensamiento errátil [no intencional], aunque es acompañado por precatectización y por atención automática, no da mayor importancia a los signos cogitativos, ni se ha demostrado biológicamente que éstos sean imprescindibles para el proceso. No obstante, suelen aparecer: 1) cuando el curso liso y llano [de asociación] llega a un término o tropieza con un obstáculo; 2) cuando suscita una idea que, en virtud de otras razones, evoca signos cualitativos, es decir, consciencia. Llegado aquí, empero, he de abandonar la presente exposición.
[3] Existen, evidentemente, otras formas del proceso cogitativo que no persiguen el desinteresado fin del (re)conocimiento, sino algún otro fin de índole práctica. Así, el estado de expectación, a partir del cual se desarrolló el pensamiento en general, es un ejemplo de este segundo tipo de pensamiento. En él se retiene firmemente una catexia desiderativa, mientras que una segunda catexia, perceptiva, emerge y es perseguida con atención. Pero el propósito de este proceso no es descubrir adónde conducirá en general [dicha catexia perceptiva], sino averiguar por qué vías conducirá a la activación de la catexia desiderativa que en el ínterin ha sido retenida. Este tipo de proceso cogitativo -biológicamente más primitivo- puede ser fácilmente representado basándonos en nuestras hipótesis. Sea + V la idea desiderativa que se mantiene especialmente catectizada, y W la percepción que habrá de ser perseguida: en tal caso el primer resultado de la catectización atentiva de W consistirá en que la Qj [la cantidad perteneciente a las neuronas j] fluya hacia la neurona a, la mejor facilitada; de ésta pasaría una vez más a la mejor vía, si no fuese interferida por la existencia de catexias colaterales. Si de a partiesen tres vías -b, c y d, en el orden de su [grado de] facilitación- y si d estuviera situada en la vecindad de la catexia desiderativa + V, el resultado bien podría ser que la Qj, a pesar de las facilitaciones, no fluyera hacia c y b, sino hacia d, y de allí hacia + V, revelándose así que la vía buscada era W -a - d - + V. Vemos actuar aquí el principio, que ya hemos admitido hace tiempo [parágrafo 11 de la primera parte], de que la catexia puede no seguir la facilitación, o sea, que también puede actuar contra ella y que, en consecuencia, la catexia colateral puede modificar el decurso de cantidad [Qh]. Dado que las catexias son modificables, está dentro del arbitrio del yo cambiar el curso adoptado desde W en el sentido de cualquier catexia intencional.
Bajo «catexia intencional» cabe entender aquí, no una catexia uniforme, como la que afecta todo un sector en el caso de la atención, sino una catexia en cierto modo «enfatizante», que sobresale por encima del nivel yoico. Probablemente sea preciso admitir que en este tipo de pensamiento con catexias intencionales simultáneamente fluye también cantidad [Qh] desde + V, de modo que el decurso [asociativo] desde W puede ser influido, no sólo por + V, sino también por los puntos sucesivos que recorre. La única diferencia es, en tal caso, que la vía desde + V ... es conocida y está fijada, mientras que la vía que parte de W ... a... es desconocida y aún debe ser descubierta. Dado que en realidad nuestro yo siempre alimenta catexias intencionales -a menudo hasta muchas al mismo tiempo-, podemos comprender ahora la dificultad de llevar a cabo un pensamiento puramente cognoscitivo, así como la posibilidad de alcanzar en el curso del pensamiento práctico las vías más dispares, en distintos momentos, bajo distintas circunstancias y por distintas personas. El pensamiento práctico también nos permite apreciar en su justo valor las dificultades del pensamiento en general, que ya conocemos por propia experiencia. Retomemos nuestro ejemplo anterior, en el que la corriente Qj fluiría naturalmente [siguiendo las facilitaciones] hacia b y c, mientras que d sobresale por su estrecha conexión con la catexia intencional o con la idea derivada de ella. Puede ocurrir entonces que la influencia de la facilitación a favor de b...c sea tan considerable, que supere ampliamente la atracción hacia d... + V. A fin de que, no obstante, el decurso [de asociación] se dirija hacia + V, sería necesario que la catexia de + V y de sus ideas derivadas fuese intensificada aún más; quizá sería necesario también que la atención hacia W fuese modificada en el sentido de alcanzar un mayor o menor grado de «ligadura» y un nivel de corriente que sea más favorable a la vía d... + V. Tal gasto requerido para superar buenas facilitaciones con el objeto de atraer la cantidad (Q) hacia vías menos facilitadas, pero más próximas a la catexia intencional, corresponde plenamente a la dificultad del pensamiento.
El papel desempeñado por los signos de cualidad en el pensamiento práctico apenas difiere del que tienen en el pensamiento cognoscitivo. Los signos cualitativos aseguran y fijan el decurso [asociativo]; pero no son absolutamente indispensables para el mismo. Si reemplazamos las neuronas y las ideas individuales, respectivamente, por complejos de neuronas y de ideas, nos topamos con una complejidad del pensamiento práctico que se sustrae a toda posibilidad de descripción, aunque comprendemos que precisamente en estos casos sería conveniente llegar a conclusiones rápidas [véase parágrafo 4 de esta tercera parte]. En el curso del pensamiento práctico, empero, los signos cualitativos no suelen ser plenamente suscitados, y es precisamente su completo desarrollo el que sirve para amortiguar y complicar el decurso asociativo. Cuando dicho curso desde una percepción particular a determinadas y particulares catexias intencionales haya sido seguido repetidamente y se encuentre estereotipado por facilitaciones mnemónicas, generalmente no existiría ya motivo alguno para la suscitación de los signos de cualidad. El fin del pensamiento práctico es [el establecimiento de] la identidad, es decir, el desemboque de la catexia Qj, desplazada, en la catexia desiderativa, que en el ínterin habrá sido firmemente retenida. Como consecuencia puramente biológica, cesa con ello toda necesidad de pensar y se posibilita, en cambio, la plena y total inervación de las imágenes motrices que hayan sido tocadas durante el pasaje [de cantidad], imágenes que en tales circunstancias constituyen un elemento accesorio permisible de la acción específica. Dado que durante el pasaje [de cantidad] la catexia de estas imágenes motrices sólo era de carácter «ligado», y dado que el proceso cogitativo partió de una percepción (W) que únicamente fue perseguida en calidad de imagen mnemónica, todo el proceso cogitativo puede independizarse tanto del proceso expectacional como de la realidad, progresando hacia la identidad sin experimentar modificación alguna. Así [el proceso cogitativo] parte de una mera representación [idea], y ni siquiera lleva a la acción una vez que ha concluido, pero [en el ínterin] habrá producido un conocimiento práctico que, dada una oportunidad real, podrá ser utilizado. La experiencia demuestra, en efecto, que conviene tener preparado el proceso cogitativo práctico cuando se lo necesite en virtud de las condiciones de la realidad, y no tener que improvisarlo en tal ocasión.
Ha llegado el momento de restringir una afirmación establecida anteriormente: la de que la memoria de los procesos cogitativos sólo es posible gracias a los signos de cualidad, ya que en otro caso no se podrían diferenciar sus trazas de las que dejan las facilitaciones perceptivas. Podemos atenernos a que un recuerdo real no debería modificarse, normalmente, al reflexionar sobre el mismo; pero, por otra parte, es innegable que el pensar sobre un tema deja trazas extraordinariamente importantes para una próxima reflexión al respecto, y es muy dudoso si tal resultado surge exclusivamente de un pensar acompañado de signos cualitativos y de consciencia. Deben existir, pues, facilitaciones cogitativas [facilitaciones del pensamiento], pero sin que obliteren las vías asociativas originales.
Como únicamente puede haber, empero, facilitaciones de una sola clase, se podría pensar que estas dos conclusiones serían incompatibles. No obstante, debe ser posible encontrar una manera de conciliarlas y de explicarlas en el hecho de que todas las facilitaciones cogitativas sólo se originaron una vez alcanzado un alto nivel [de catexia], y que probablemente también se hagan sentir sólo en presencia de un alto nivel, mientras que las facilitaciones asociativas, originadas en pasajes [de cantidad] totales o primarios, vuelven a exteriorizarse cuando se dan las condiciones de un decurso libre [de cantidad]. Con todo esto no se pretende negar, sin embargo, todo posible efecto de las facilitaciones cogitativas sobre las asociativas.
Hemos logrado así la siguiente caracterización adicional del movimiento neuronal, todavía desconocido. La memoria consiste en facilitaciones. Las facilitaciones no son modificadas por un aumento del nivel [de catexia]; pero existen facilitaciones que sólo funcionan en un nivel particular. La dirección adoptada por el pasaje [de cantidad] no es alterada, en un principio, por el cambio de nivel; pero sí lo es por la cantidad de la corriente y por las catexias colaterales. Cuando el nivel es alto, las cantidades pequeñas (Q) son las más fácilmente desplazables. Junto al pensamiento cognoscitivo y al pensamiento práctico, debemos diferenciar un pensamiento reproductivo o recordante, que en parte coincide con el práctico, pero que no lo cubre totalmente. Este recordar es la condición previa de todo examen realizado por el pensamiento crítico; persigue un determinado proceso cogitativo en sentido retrógrado, retrocediendo posiblemente hasta una percepción, y al hacerlo procede, una vez más, sin un fin dado (en contraste con el pensamiento práctico) y recurriendo copiosamente a los signos de cualidad. En este curso retrógrado el proceso se encuentra con eslabones intermedios que hasta entonces permanecieron inconscientes y que no dejaron tras de si ningún signo de cualidad, pero cuyos signos cualitativos emergerán posteriormente [ex post facto. I.]. De esto se desprende que el decurso cogitativo puede dejar trazas por si mismos, sin necesidad de signos cualitativos. Claro está que en algunos casos parecería que ciertos trechos [de un tren de ideas] sólo pueden ser conjeturados porque sus puntos inicial y terminal están dados por signos de cualidad.
La reproductibilidad de los procesos cogitativos sobrepasa ampliamente, en todo caso, la de sus signos de cualidad; pueden ser conscienciados a posteriori, aunque el resultado de un decurso cogitativo quizá deje trazas con mayor frecuencia que sus estadios intermedios. En el decurso del pensamiento, sea éste cognoscitivo, crítico o práctico, pueden ocurrir múltiples y variados sucesos que merecen una descripción. El pensamiento puede conducir al displacer o puede llevar a la contradicción. Examinemos el caso de que el pensamiento práctico, acompañado por catexias intencionales, lleve a un desencadenamiento de displacer. La experiencia cotidiana nos enseña que semejante suceso actúa como obstáculo para el proceso cogitativo. ¿Cómo es posible entonces que ocurra siquiera? Si un recuerdo genera displacer al ser catectizado, ello se debe, en términos muy generales, al hecho de que en su oportunidad, cuando acaeció, la percepción correspondiente generó displacer, o sea, que formó parte de una vivencia de dolor. La experiencia demuestra también que las percepciones de esta clase atraen un alto grado de atención, pero que no suscitan tanto sus propios signos de cualidad, sino más bien los de la reacción que dichas percepciones desencadenan; por tanto, están asociadas con sus propias manifestaciones de afecto y de defensa. Si perseguimos las visicitudes de tales percepciones una vez que se han convertido en imágenes mnemónicas, comprobamos que sus primeras repeticiones todavía despiertan afecto, tanto como displacer, pero que con el correr del tiempo pierden esta capacidad. Simultáneamente experimentan otra transformación.
Al principio conservan el carácter de las cualidades sensoriales; pero cuando dejan de ser capaces de suscitar afectos pierden también dichas cualidades sensoriales y se asemejan progresivamente a otras imágenes- mnemónicas. Si un tren de ideas se topa con aquel tipo de imagen mnemónica aún «indómita», se generan los signos cualitativos que le corresponden -a menudo de carácter sensorial-, además de sensaciones displacenteras y de tendencias a la descarga, cuya combinación caracteriza un afecto determinado, y con esto queda interrumpido el curso del pensamiento. ¿Qué podría ocurrir con los recuerdos susceptibles de generar afecto, para que concluyan por quedar dominados ? No cabe suponer que el «tiempo» debilite su capacidad de repetir la generación de afecto, dado que normalmente dicho factor contribuye más bien a intensificar una asociación. Es evidente que a esas repeticiones debe ocurrirles, en el «tiempo», algo que lleve al sometimiento de los recuerdos, y ese algo sólo puede consistir en que [los recuerdos] lleguen a ser dominados por alguna relación con el yo o con las catexias del yo. Si dicho proceso tarda en estos casos más de lo que tarda normalmente, es preciso encontrarle un motivo particular; en efecto, tal motivo radica en el origen de esos recuerdos capaces de generar afecto. Siendo trazas de vivencias de dolor, han estado catectizados (de acuerdo con nuestra hipótesis del dolor) con excesiva Qj [cantidad perteneciente a las neuronas j] y han adquirido una excesiva facilitación hacia el desencadenamiento de displacer y de afecto.
Por consiguiente, deberán recibir del yo una «ligadura» especialmente considerable y reiterada, a fin de poder compensar esa facilitación hacia el displacer. El hecho de que los recuerdos sigan teniendo carácter alucinatorio durante tan largo tiempo, también requiere una explicación, que sería de importancia precisamente para nuestro concepto de la alucinación misma. Es lógico suponer que la capacidad de un recuerdo para generar alucionaciones, como su capacidad de generar afectos, son signos de que la catexia del yo todavía no ha adquirido ninguna influencia sobre el recuerdo y de que en éste predominan los métodos primarios de descarga y el proceso total o primario. Estamos obligados a suponer que en los estados de alucinamiento la cantidad (Q) fluye retrógradamente hacia j, y con ello hacia W (w); por tanto, una neurona ligada no permite tal reflujo. Cabe preguntarse también si lo que posibilita dicho reflujo es la excesiva magnitud de la cantidad que catectiza el recuerdo, pero aquí debemos recordar que tal cantidad considerable (Q) únicamente se encuentra en la primera ocasión, en la vivencia misma del dolor. Al producirse sus repeticiones sólo nos encontramos ante catexias mnemónicas de magnitud habitual, que, no obstante, genera alucinación y displacer. Sólo podemos presumir que lo logran en virtud de una facilitación extraordinariamente intensa. De ello se desprende que una cantidad j de magnitud común basta perfectamente para asegurar el reflujo y para excitar la descarga, con lo cual gana importancia el efecto inhibidor de la ligadura por el yo.
Finalmente se logrará catectizar el recuerdo del dolor en forma tal que ya no pueda exhibir reflujo alguno y que sólo pueda desencadenar un mínimo displacer. Estará entonces dominado, y lo estará por una facilitación cogitativa suficientemente poderosa para sostener un efecto permanente y para volver a ejercer una inhibición cada vez que se repita posteriormente dicho recuerdo. La vía que conduce al desencadenamiento de displacer aumentará gradualmente su resistencia en virtud del desuso, pues las facilitaciones están sujetas a una gradual decadencia (es decir, al olvido). Sólo una vez que esto haya ocurrido, el recuerdo habrá llegado a ser un recuerdo dominado, como otro cualquiera. Parece, empero, que este proceso de sometimiento del recuerdo deja tras de sí rastros permanentes en el proceso cogitativo. Dado que antes quedaba interrumpido el curso del pensamiento cada vez que se activaba la memoria, y se suscitaba displacer, surge ahora una tendencia a inhibir el curso del pensamiento en cuanto al recuerdo sometido genere su traza de displacer. Esta tendencia es muy conveniente para el pensamiento práctico, pues un eslabón intermedio que lleve al displacer, de ningún modo puede hallarse en la vía perseguida hacia la identidad con la catexia desiderativa. Así surge una defensa cogitativa primaria, que en el pensamiento práctico toma el desencadenamiento de displacer como señal de que una vía determinada habrá de ser abandonada, es decir, de que la catexia de la atención deberá dirigirse en otro sentido.
Aquí, una vez más, es el displacer el que dirige la corriente de cantidad (Qh), tal como lo hizo de acuerdo con la primera regla biológica. Se podría preguntar por qué esta defensa cogitativa no se dirigió contra el recuerdo cuando aún era capaz de generar afecto. Cabe presumir, sin embargo, que en esa oportunidad se le opuso la segunda regla biológica, la regla que postula la atención frente a todo signo de realidad y la memoria aún indómita era perfectamente susceptible de imponer la producción de signos reales de cualidad. Como vemos, ambas reglas se concilian perfectamente en un mismo propósito práctico. Es interesante observar cómo el pensamiento práctico se deja guiar por la regla biológica de defensa. En el pensamiento teorético (cognoscitivo y crítico) ya no se comprueba la intervención de dicha regla. Esto es comprensible, pues en el pensamiento intencional se trata de encontrar un camino cualquiera, pudiéndose descartar todos los que estén afectados de displacer, mientras que en el pensamiento teorético habrán de ser explorados todos los caminos.
[4] Cabe preguntarse todavía cómo es posible que ocurra el error en el curso del pensamiento. ¿Qué es el error? Tendremos que examinar aún más detenidamente el proceso del pensamiento. El pensamiento práctico, del que procede todo pensamiento, sigue siendo también la meta final de todo proceso cogitativo. Todas las demás formas son derivados de aquél. Es una evidente ventaja si la conversión cogitativa que tiene lugar en el pensamiento práctico ha podido ser cumplida de antemano y no necesita ser realizada una vez surgido el estado de expectación, pues: 1) se gana un tiempo que podrá ser dedicado a la elaboración de la acción específica; 2) el estado de expectación está lejos de ser particularmente favorable al decurso cogitativo. El valor de la prontitud durante el breve intervalo que media entre la percepción y la acción se evidencia considerando la celeridad con que cambian las percepciones. Si el proceso del pensamiento ha persistido demasiado, su resultado se habrá invalidado en el ínterin. Por tal razón, premeditamos.
El primero de los procesos cogitativos derivados [del pensamiento práctico] es el de la judicación, a la cual el yo llega gracias a algo que descubre en su propia organización: gracias a la ya mencionada coincidencia parcial entre las catexias perceptivas y las noticias del propio cuerpo. En virtud de ella, los complejos perceptivos se dividen en una parte constante e incomprendida -la cosa- y una parte cambiante y comprensible: los atributos o movimientos de la cosa. Dado que el «complejo-cosa» sigue reapareciendo en combinación con múltiples «complejos-atributo», y éstos, a su vez, en combinación con múltiples «complejos-cosa», se da la posibilidad de elaborar vías de pensamiento que lleven de estos dos tipos de complejos hacia el «estado de cosa» deseado, de una manera que tenga, en cierto modo, validez general y que sea independiente de la circunstancial y momentánea percepción real. La actividad cogitativa realizada con juicios, en lugar de complejos perceptivos desordenados, significa, pues, una considerable economía.
Pasamos por alto aquí la cuestión de si la unidad psicológica así alcanzada también está representada en el decurso del pensamiento por una unidad neuronal correspondiente y si ésta es otra que la unidad de la imagen verbal. El error puede inmiscuirse ya en el establecimiento del juicio. En efecto, los complejos-cosa a los complejos-movimiento no son nunca totalmente idénticos, y entre sus elementos discrepantes puede haber algunos cuya omisión vicie el resultado en la realidad. Este defecto del pensamiento tiene su origen en la tendencia (que efectivamente estamos imitando aquí) a sustituir el complejo por una neurona única, tendencia a la que nos impele la inmensa complejidad [del material]. He aquí las equivocaciones del juicio por defectos de los premisas. Otra fuente de error puede radicar en la circunstancia de que los objetos perceptivos de la realidad no sean percibidos completamente por hallarse fuera del campo de los sentidos. He aquí los errores por ignorancia, ineludibles para para todo ser humano. Cuando no es éste el caso, puede haber sido defectuosa la precatectización psíquica (por haber sido distraído el yo de las percepciones) llevando a percepciones imprecisas y a decursos cogitativos incompletos: he aquí los errores por atención insuficiente.
Si ahora adoptamos, como material de los procesos cogitativos, los complejos ya juzgados y ordenados, en vez de los complejos vírgenes, se nos ofrecerá la oportunidad de abreviar el propio proceso cogitativo práctico. En efecto, si se ha demostrado que el camino que lleva de la percepción a la identidad con la catexia desiderativa pasa por una imagen motriz M, será biológicamente seguro que, una vez alcanzada dicha identidad, esta M quedará totalmente inervada. La simultaneidad de la percepción con M creará una intensa facilitación entre ambas, y toda próxima percepción evocará M sin necesidad de ningún decurso asociativo. (Esto presupone, naturalmente, que sea posible establecer en cualquier momento una conexión entre dos catexias.) Lo que originalmente fue una conexión cogitativa laboriosamente establecida, conviértese ahora, merced a una catectización total simultánea, en una poderosa facilitación. Sólo cabe preguntarse acerca de ésta si sigue siempre la vía originalmente descubierta, o si puede recorrer una línea de conexión más directa. Esto último parecería ser lo más probable y al mismo tiempo lo más conveniente, pues evitaría la necesidad de fijar vías de pensamiento que deben quedar disponibles para otras conexiones de la más diversa especie. Además, si la vía cogitativa no está sujeta a la repetición, tampoco podrá esperarse en ella facilitación alguna, y el resultado se fijará mucho mejor por medio de una conexión directa. Quedaría por establecer, empero, de dónde procede la nueva vía, problema que seria simplificado si ambas catexias, W y M, tuviesen una asociación común con una tercera.
La porción del proceso cogitativo que pasa de la percepción a la identidad, a través de una imagen motriz, también podrá ser resaltada y suministrará un resultado similar si la atención fija la imagen motriz y la pone en asociación con las percepciones, que asimismo habrán vuelto a ser fijadas. También esta facilitación cogitativa se restablecerá cuando ocurra un caso real. En este tipo de actividad cogitativa, la posibilidad de errores no es obvia a primera vista; pero no cabe duda de que se podrá adoptar una vía cogitativa inadecuada o que se podrá resaltar un movimiento antieconómico, dado que, después de todo, en el pensamiento práctico la selección depende exclusivamente de las experiencias reproducibles. Con el creciente número de recuerdos surgen cada vez nuevas vías de desplazamiento. De ahí que se considere conveniente seguir todas las percepciones hasta el final para hallar, entre todas las vías, las más favorables. Esta es la función del pensamiento cognoscitivo, que así aparece como una preparación para el pensamiento práctico, aunque en realidad sólo se haya desarrollado tardíamente de este último. Sus resultados tienen valor para más de una especie de catexia desiderativa.
Los errores que pueden ocurrir en el pensamiento cognoscitivo son evidentes: la parcialidad, cuando no se evitan las catexias intencionales, y la falta de integridad, cuando no se han recorrido todos los caminos posibles. Claro está que en este caso es de incalculable utilidad que los signos de cualidad sean evocados simultáneamente. Cuando estos procesos cogitativos seleccionados son introducidos en el estado de expectación, es posible que todo el decurso asociativo, desde su eslabón inicial hasta el terminal, pase por los signos cualitativos, en vez de pasar por toda la extensión del pensamiento, y ni siquiera es necesario que la serie cualitativa coincida entonces totalmente con la serie cogitativa. El displacer no desempeña ningún papel en el pensamiento teorético, de ahí que éste también sea posible en presencia de recuerdos «dominados». Quédanos por considerar otra forma de pensamiento: el crítico o examinador. Este tipo de pensamiento es motivado cuando, a pesar de haberse obedecido todas las reglas, el estado de expectación, con su acción especifica consiguiente, no lleva a la satisfacción, sino al displacer.
El pensamiento crítico, procediendo tranquilamente, sin ninguna finalidad práctica y recurriendo a todos los signos de cualidad, trata de repetir todo el decurso de cantidad (Qh), con el fin de comprobar algún error de pensamiento o algún defecto psicológico. El pensamiento crítico es un pensamiento cognoscitivo que actúa sobre un objeto particular: precisamente sobre una serie de pensamientos [cogitativa]. ya hemos visto en qué pueden consistir estos últimos [¿los defectos psicológicos? I.]; pero, ¿en qué consisten los errores lógicos? Brevemente dicho, en la inconsideración de las reglas biológicas que gobiernan el decurso cogitativo [las series de pensamientos]. Estas reglas establecen hacia dónde debe dirigirse en cada ocasión la catexia de la atención y cuándo debe detenerse el proceso del pensamiento. Están protegidas por amenazas de displacer, han sido ganadas por la experiencia y pueden ser traducidas sin dificultad a las reglas de la lógica, lo que habrá de ser demostrado en detalle. Por consiguiente, el displacer intelectual de la contradicción, ante el que se detiene el pensamiento examinador [crítico], no es otra cosa sino el displacer acumulado para proteger las reglas biológicas, que ahora es activado por el proceso cogitativo incorrecto.
La existencia de estas reglas biológicas queda demostrada precisamente por la sensación de displacer provocada por los errores lógicos. En cuanto a la acción, sólo podremos imaginárnosla ahora como la catectización total de aquellas imágenes motrices que hayan sido destacadas durante el proceso cogitativo, y también quizá de aquellas que hayan formado parte de la porción arbitraria [¿intencional? I.] de la acción especifica (siempre que haya existido un estado de expectación). Aquí se renuncia al estado de ligadura y se retraen las catexias atentivas. En cuanto a lo primero [el abandono del estado de ligadura], obedece sin duda a que el nivel del yo ha caído inconteniblemente ante el primer pasaje [de cantidad] desde las neuronas motrices. No se debe pensar, naturalmente, que el yo quede completamente descargado a consecuencia de actos aislados, pues ello sólo podrá suceder en los actos de satisfacción más exhaustivos. Es muy instructivo comprobar que la acción no tiene lugar por inversión de la vía recorrida por las imágenes motrices, sino a lo largo de vías motrices especiales. De ahí también que el afecto agregado al movimiento no sea necesariamente el deseado, como debería serlo si se hubiese producido una simple inversión de la vía original. Por eso es que en el curso de la acción debe efectuarse una nueva comparación entre las noticias de movimiento entrantes y los movimiento ya precatectizados, y debe producirse una excitación de las inervaciones correctoras, hasta alcanzar la identidad.
Aquí nos encontramos con la misma situación que ya comprobamos en el caso de las percepciones, con la única diferencia de que aquí es menor la multiplicidad, mayor la velocidad y existe una descarga constante y total, que allí faltaba por completo. Pero la analogía es notable entre el pensamiento práctico y la acción eficiente. Esto nos demuestra que las imágenes motrices son sensibles [sensoriales. I.]. Sin embargo, el hecho peculiar de que en el caso de la acción sean adoptadas nuevas vías, en lugar de recurrir a la inversión mucho más simple de la vía original, parece demostrar que el sentido de conducción de los elementos neuronales está perfectamente fijado, al punto que el movimiento neuronal quizá tenga distinto carácter en uno y en otro caso. Las imágenes motrices son percepciones, y en calidad de tales poseen, naturalmente, cualidad y despiertan consciencia. También es evidente que en ocasiones pueden atraer la más considerable atención. Pero sus cualidades no son muy llamativas y quizá no sean tan multiformes como las del mundo exterior; no están asociadas con imágenes verbales, sino que en parte sirven más bien a esta asociación. Es preciso recordar, sin embargo, que no proceden de órganos sensoriales altamente organizados y que su cualidad es evidentemente monótona [véase el parágrafo 9 de la primera parte].